El impacto mediático de una imagen a veces distorsiona la realidad, más cuando se refuerza con estereotipos sociales convincentes como los golpes de Estado militar y al mencionarlos sutilmente se despista de los tremendos desaciertos políticos, mientras se busca consolidar a sociedades tras dividirlas.
Cuando se promueve la dominación de los ideales de un movimiento político al resto de la colectividad nacional, con un autoritarismo concentrador de poder para imponer una revolución salvadora y con asombrosa facilidad se emiten decretos ejecutivos burlando procesos democráticos. Cuando se nombran autoridades como reconocimiento de su dizque liderazgo revolucionario aunque hayan participado en masacres como la ocurrida con el gobernador de Luxor; lo que se logra es fermentar el odio en una sociedad polarizada y se termina en una nueva revolución con millones de personas en las plazas reeditando eventos como la revolución lusitana de los claveles, antes que episodios de la propia primavera árabe.
El dilema del cuadro político se da entre una masacre para el sostenimiento de un Gobierno como en Siria, o un curioso ultimátum militar como el del ministro de Defensa Abdel Fatah el Sisi, haciendo un llamado a las fuerzas políticas para un consenso y salir de la crisis. ¿Pero cómo podría el entonces presidente Morsi en 48 horas revertir los avances de una Constitución islámica radical hecha a la medida de la Hermandad Musulmana?, sin que signifique una traición a sus preceptos revolucionarios patrios y a los grandes avances logrados para convertir a Egipto en un estado teocrático. Los Salafistas no lo permitieron, por eso esta facción del movimiento seguirá en su intento de consolidar los avances de su plan de reversión al islamismo del siglo VII, o de los “antecesores”. La crisis surge al cortar los avances de la libertad e igualdad logrados con el derrocamiento de Mubarak. Una Constitución que no menciona a las mujeres, que no prohíbe la discriminación, ni abre participación en el Parlamento, por lo que la juventud hizo de nuevo sentir su protesta, llamando a la desobediencia civil que terminó con un “golpe de calle” antes que un golpe militar.
Antes que un choque de civilizaciones, como planteaba Huntington, hay más bien un encuentro de civilizaciones, como advirtió Youssef Courbage, cuando dice que la modernidad ha secretado una ideología islámica igualitaria y revolucionaria, que está transformando a la sociedad islámica patrilineal y endogámica.
La educación y los avances en derechos civiles de la población pasaron a ser una amenaza a la revolución islámica aferrada a las tradiciones y costumbres de las que los dirigentes políticos se creen guardianes. El choque es ante la modernidad, es una derrota cultural interna, que pone en duda la iniciativa de un golpe militar, que el chauvinismo no reconoce.
* Exministro de Defensa