No es la primera vez que el Hospital Guayaquil, el que visitó el presidente Correa, se halla en emergencia. En 1979, siendo presidente Jaime Roldós, estalló la primera. Tengo entendido que por emergencias no han carecido los hospitales públicos de nuestro país.
Lo que palpó el señor Presidente es como para creer que se ha llegado al colmo de lo que puede verse a vuelo de pájaro. Moscas en áreas restringidas dan la razón a quienes sostienen que nos vamos africanizando: las moscas, compañeras inseparables de los desventurados países subsaharianos.
De equipamientos y reequipamientos tampoco hemos carecido. Con cierta periodicidad la infraestructura ha demandado soluciones urgentes. Los servicios de emergencias y las consultas externas siempre con problemas. En cuanto a laboratorios de apoyo era tal la situación en el Hospital Eugenio Espejo, docente por antonomasia, que uno de sus servidores más conspicuos, el Dr. Fernando Bustamante cuando fue ministro de Salud puso atención prioritaria en el tema.
Lo antedicho llevaría a sostener que nuestro país no ha dado pie con bola en cuanto a hospitales del Estado. Si es de aceptarse que en los países desarrollados los hospitales funcionan como un sistema de relojería, en una suerte de ‘ranking’ mundial los de nuestro país, con excepciones admirables, estarían en los últimos puestos. Si a la gratuidad de la atención médica se la confronta con la calidad del servicio proporcionado, me temo que no sería de agradecer.
Las emergencias en salud por lo general han respondido, como la actual, a la situación de los hospitales de tercer nivel, incluidos los de especialidades. A mi juicio, el desastre, así calificado por el presidente Correa, en buena medida está dado por la gran demanda que tienen y rebasa todo lo previsto. Son centenares y miles de pacientes que acuden por patologías que bien pudieron ser atendidas en la inmensa red de subcentros, centros de salud–hospitales y hospitales de segundo nivel: los cantonales y algunos de las capitales de provincia. Cuando la red pública de servicios de salud, una pirámide con niveles de complejidades crecientes, dotados de personal, insumos y equipos correspondientes, se la puso en marcha nunca funcionó como era de esperarse un sistema de referencias, en el que se puntualizaban las patologías que debían ser atendidas en un nivel tal y en cuales se justificada que un paciente sea enviado a un nivel superior. En este sentido resultó crítica la relación entre los hospitales de segundo y tercer niveles.
La subutilización de los hospitales de segundo nivel debe ser objeto de una investigación operacional, al igual que otros extremos. Los resultados le harían mucho bien al Gobierno: le llevarían a la convicción de que con los petrodólares no se soluciona todo.