Duele la muerte de Vanguardia. Es que no se fue una revista cualquiera ni fue una muerte cualquiera. Fue el fin del espacio de investigación periodística (en revistas) más importante del país. Rigurosa, valiente, oportuna. No fue amarillista ni sensacionalista. Irreverente pero propositiva. Con su vacío pierden el Ecuador y la democracia.
Fue una propuesta fresca y diversa acorde a la contemporaneidad. No solo habló de política. Habló de todo, pero desde ángulos distintos y novedosos. De cultura, ciencia, tecnología, sexo, medioambiente, economía, educación e incluso de farándula. No usó ni el morbo ni los lugares comunes sino la investigación, el debate y la denuncia. Su propuesta estética bien cuidada. La caricatura del señor Chamorro, ingeniosa.
Por todo esto duele su desaparición porque nos dio oxígeno y dignidad frente a tanta basura, mediocridad y servilismo que nos invaden.
Pero duele también la forma de su muerte. Fue un suicidio. Mas frente a un suicida no cabe la acusación o la burla. Jamás juzgar. Con respeto hay que cerrar la boca, reflexionar para intentar entender las razones que le llevó a semejante decisión.
Como en todo hay múltiples causas que explican el hecho. Unos dicen que fue el rechazo a la nueva Ley de Comunicación. Otros el cerco y ahogo económico. Hay más motivos. No obstante, uno de ellos no fue la quiebra de la voluntad de lucha de los equipos de editores y de investigación. Esa capacidad se mantuvo incólume y vital.
Lo sucedido con Vanguardia no es una excepción. Es un fenómeno que se generaliza. Desde hace tres o cuatro años paulatinamente gran número de organizaciones sociales, ONG o emprendimientos como esta revista mueren por reducción dramática de apoyos y recursos, falta de iniciativas para salir del pozo, alejamiento de sus miembros por cooptación del Estado, miedo o búsqueda de otros rumbos laborales para sobrevivir. Algo grave pasa en el país.
Hace no mucho hubo otra muerte dolorosa, la del Foro de la Niñez y Adolescencia, movimiento nacional que por años lideró iniciativas masivas que llevaron a la visibilización de los niños y sus derechos y a la consecución del Código de la Niñez y Adolescencia. A su sepelio no asistieron ni sus deudos. Sus archivos y memoria fueron arrumados por gente extraña en una bodega cualquiera. Experiencia indigna para una historia respetable. Remueve el hecho.
El mejor homenaje a Vanguardia es darle un adiós digno. Aprender de sus aportes y errores. No bajar las banderas del pensamiento crítico ni de la libertad de expresión. Descubrir la manera de fortalecer con ideas y recursos la independencia del poder de las organizaciones sociales.
Reconocimiento a Juan Carlos Calderón, Iván Flores, José Hernández, Francisco Vivanco y a los equipos respectivos por estos siete años de un periodismo serio y de Vanguardia.