Al ver lo que pasa en Venezuela, ya nada parece imposible. O no hay comida y medicinas o las que se pueden encontrar, valen una fortuna. De política ni qué hablar. Y ahora, según los análisis internacionales, se lleva de largo la medalla menos codiciada en la Tierra: es el país con la peor economía del mundo. Alcanzó el estrellato de los indicadores de miseria.
Ya nadie le gana. Tiene, por mérito propio y luego de una gestión incansable, durante más de tres quinquenios de derroche público, la inflación más alta del planeta. Si todo va bien, es decir mal para los pobres venezolanos, este año podría arribar a un ¡¡¡720% anual !!!
Y a esto se une el desempleo, cuyo cálculo ha sufrido alteraciones, parecidas a las que en su momento las hizo el Gobierno argentino, para negar lo que estaba ocurriendo. Se sabe que desborda cualquier nivel de razonabilidad, incluso al compararla con otros países con dificultades que, si bien no atraviesan por este desierto, en algo han logrado controlarla. Y lo han conseguido porque fueron cuidadosos con los preceptos de razonabilidad.
Argentina, que estuvo perdida mucho tiempo por decisiones de autoexclusión deliberadas, además de mal acompañada, está entusiasmada en reconstruir su institucionalidad. En recuperar la democracia, los diálogos, la sensatez y las relaciones con los demás. Motiva escuchar como gobiernistas yalgunos opositores, que cada vez son más, dejan de lado las rencillas, se reconocen como adversarios y no como enemigos, buscan puntos de coincidencia, porque por fin se cree que entendieron que las divisiones dentro de las colectividades no llevan a ningún destino deseable.
Lo aprendieron con dolor. Dan señales de madurez y deben salir, una vez más, del hueco al que llegaron. Parece que no quieren regresar a programas de visión extrema, llevando el péndulo económico a otra irracionalidad, aunque tengan que tomar amargas dosis de medicina curativa. Empiezan por rescatar (por lo menos así lo dicen) una vieja, escondida o poco comunicada, pero sabia definición conocida como la economía mixta de mercado. Un punto medio en el cual confluyen con racionalidad y algún desprendimiento, necesario pero aceptable, los intereses de trabajadores, empresarios y del Estado. Los tres socios indisolubles del bienestar. La eliminación de alguno fractura esa meta. Por eso, el socialismo o el mercado feroz no funciona.
Ahí no caben las enemistades ni las exclusiones. Cabe el debate de las ideas, con pasión y entereza. El respeto a la opinión ajena. El afán de concertar. La pelea por recuperar la honestidad tan venida a menos. La adhesión firme a las normas, derechos y obligaciones que conforman el orden democráticamente constituido. Ojalá, estos ejemplos de dolor y contrición dejen huella.
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