Silenciosamente, sin que se haya destacado como un hecho relevante, en un entorno en que un escándalo sucede a otro, la dolarización ha alcanzado doce años de vigencia en el país. Atacada en sus inicios por las más disímiles posiciones, cuando no le auguraban mayor tiempo de vida, el sistema vigente se ha enraizado en la población de tal manera que difícilmente podríamos salir del mismo, sin que tal hecho produzca una hecatombe de consecuencias mayúsculas. Las críticas, vale decir, muchas de ellas pueden ser válidas. La principal, renunciar a tener una moneda propia, obviamente no debe ser la mejor decisión. Pero en el contexto, con todos los acontecimientos sucedidos a través de estos doce largos años, se ha demostrado que este mecanismo ha ayudado para una pronta recuperación económica, hasta llegar a niveles jamás pensados. Que se perdió soberanía en materia de política monetaria, es verdad. Sin embargo, este punto que puede ser visto como algo negativo en la práctica ha arrojado efectos positivos, porque ha evitado que los distintos gobiernos que se han sucedido en este período echen mano del recurso pernicioso de la emisión inorgánica para financiar un gasto dispendioso.
Las cifras están a la vista. El PIB se incrementó tres veces alcanzando niveles a los que jamás se sospechó llegar en tiempo tan corto. Los depósitos monetarios subieron. El crédito a largo plazo ahora fluye, para empujar la adquisición de vivienda permitiendo que el sector de la construcción ayude al crecimiento de la economía. Los salarios de los trabajadores recuperaron capacidad adquisitiva, existe una dinamia positiva en el mercado interno. Las recaudaciones tributarias aumentaron tanto por el incremento del tamaño de la economía porque desaparecieron de los balances las pérdidas por diferencial cambiario generadas por la inflación.
El sector exportador no se contrajo. Las exportaciones no petroleras se encuentran al alza, quizá favorecidas por la debilidad del dólar ante otras monedas. No quiere decir que el sector exportador esté en su mejor momento, más bien habrá que tomar las precauciones adecuadas para que no se debilite. Lo ideal sería que existan políticas para fomentar la exportación como única forma de crear una economía sólida y permanente que no esté acechada por los avatares de un solo producto en el mercado mundial, sobre el cual no tenemos ningún control.
Quizá sólo a una pequeña minoría le interesaría abandonar el esquema monetario imperante. Eso no garantiza que su vigencia esté asegurada y si no se actúa con prudencia, a futuro podríamos pasar más de un susto si el mercado mundial llegara a variar súbitamente. Se vuelve imperioso ser previsivos, para evitar que circunstancias supervinientes pongan en riesgo un esquema que permite vivir mejor a millones de ecuatorianos.