La resaca en Brasil (en portugués ressaca) es exactamente igual a nuestro conocido chuchaqui: malestar que se siente después de haber farreado (con baile incluido) durante más de una década en el poder. Cuando se vuelve a la realidad y los efectos de la diversión comienzan a disiparse, la resaca se acentúa tanto que aparecen también la culpa y el miedo.
Eso fue lo que ocurrió con la presidenta Dilma Rousseff, que había logrado un posicionamiento aceptable después del Mundial de Fútbol, incluso pese a que Brasil fue intrascendente en materia deportiva. A la Presidenta le había tocado cosechar todo el desgaste político causado durante los dos períodos consecutivos de Lula da Silva, en los cuales surgió un esquema de corrupción que salpicó a los dirigentes históricos del gobernante Partido de los Trabajadores (PT).
La campaña era normal, Dilma lideraba las encuestas y los otros candidatos, Eduardo Campos y Aécio Neves no representaban ningún peligro. Hasta que sucede la muerte trágica de Campos en un accidente aéreo en el puerto de Santos. Le sucede entonces la que era su candidata a la Vicepresidencia, Marina Silva, que comienza a crecer y a amenazar el liderazgo de la Presidenta-candidata.
Ahí comenzó a trabajar la poderosa maquinaria electoral montada por Lula, fundador y dueño del PT. El objetivo era bajar la popularidad de Marina Silva con todas las armas posibles, primero disuasivas y después destructivas, con infamias, calumnias, incluso con temas tan sensibles como la religión protestante que profesa la candidata ecologista en una sociedad mayoritariamente católica.
Tal vez uno de los mayores errores que cometió Marina fue no creer en la fuerza de las redes sociales. Apostó por una campaña convencional, sobre la tarima, entrevistas en las radios y en las estaciones de televisión, participación en foros políticos. Al contrario, sus adversarios fueron muy activos en Facebook y en Twitter.
Por gastar todas las municiones para bajar a la candidata, el PT se descuidó del otro adversario, el socialdemócrata Neves, que alcanzó un expectante segundo puesto y su derecho a participar en la segunda vuelta electoral el 26 de octubre. Pero al PT le queda un poco más de dos semanas para recuperarse y hacer lo que mejor sabe: propalar el miedo e inventar fantasmas.
Como se ha dicho en Brasil, el PT no está preparado para dejarse arrebatar el Gobierno, lleva 12 años consecutivos y se acostumbró a los lujos que brinda el poder. Por eso comenzó a usar toda su artillería política pesada para tratar de bajar el favoritismo de Neves, a quien no tiene mucho que criticar desde el punto de vista de su accionar político. Sin embargo, algo se inventarán para intentar derrotarlo.
Lo que sí es seguro que no podrá hacer el PT es frenar el anhelo de cambio que demanda el 60% de la población brasileña.
Fernando Larenas / @flarenasec