A menos de 20 días del 23 de febrero-2014, la opinión pública ha comentado en artículos, crónicas y noticias, por todos los medios audiovisuales y de la prensa libre, sobre los sorprendentes resultados obtenidos a favor de líderes locales para alcaldes, prefectos, concejales, y hasta de juntas parroquiales, y en contra de quien los apadrinó en condición de Presidente de la República. Sin embargo, no hay todavía serenidad desde las cúpulas del poder, para aceptarla como realidad política, a lo cual contribuye la demora del ente electoral para concluir los escrutinios y proclamarlos.
Se ha comprobado, una vez más, que nuestro pueblo utilizó su subconsciente personalizado en votos para expresarse ante las urnas. Ratificó su apoyo a alcaldes y prefectos, en espacios gigantes como Guayaquil, Quito y también en Cuenca, Manta, Portoviejo, Machala, Ibarra, Ambato y Otavalo, y en casi todos los pueblos orientales y de extracción minera. Quedó atrás, la mejora de redes viales, puentes y más obras, ante atropellos a la libertad de expresión, de asociación y la inseguridad. Se separaron los espacios de las obras materiales frente al detrimento de los fueros internos. Fue el equivalente a un plebiscito.
Se cerrarán las urnas por tres años, en contraste notorio a eventos electorales que comenzaron a finales del 2006, y dieron el primer triunfo en la 2ª vuelta a Rafael Correa, hasta completar nueve triunfos el 2013; que van desde consultas para la Asamblea Constituyente, elegir a diputados constituyentes, aprobar el texto de Montecristi, intervenir en la Función Judicial, suprimir fiestas como eventos taurinos, cerrar las casas de juegos, etc. Esto es, a un alto costo electoral, a más de uno por cada año, que aceleró otro rubro del gasto presupuestario, para aumentar las deudas interna y externa. Agotado este libreto electoral en 7 años, el 23 de febrero le fue adverso, y terminó con el triunfalismo de la “revolución ciudadana”.
El pueblo ecuatoriano se sintió agobiado por el nuevo mensaje populista, que ya padeció durante 40 años de velasquismo a lo largo del siglo XX desde 1933 hasta 1972; y, convivió ese espacio con otro populismo gestado, en su seno, por su ministro Guevara Moreno, creador de Concentración de Fuerzas Populares, transferido a otros líderes como la familia Bucaram y Jaime Roldós; luego asumido por más de una década por el líder social-cristiano León Febres Cordero. Este último partido es uno más en el escenario. Los clásicos Conservador, Liberal, Socialista, Comunista y MPD, junto a la moderna estructura que tuvo en su momento la Izquierda Democrática; están Pachakutik, Alianza-País, Creo, Concertación Nacional, Avanza y SUMA, que completan en la segunda década del siglo XXI el escenario electoral. Aclaramos, que tanto en los populismos como en los movimientos y partidos, actúan por sobre sus doctrinas los líderes, quienes imponen su visión personal. Así viven los pueblos a lo largo del mundo, creando caudillos opresores que destruyen la democracia.
Columnista invitado