Columnista invitado
“Somos diferentes”… un bolero añejo que Javier Solís susurraba hace años. La canción ha vuelto a la mente con ocasión de la aparición de las sombras del regionalismo. Sombras que parecían estar en retirada. Incluso en el fútbol… Pero no. Renacen con fuerza. Intencionadamente. Dolorosamente.
Monos y serranos tenemos diferencias… sin duda. Quiteños y guayacos tenemos diferencias… evidente. Cuencanos y esmeraldeños tenemos diferencia, saltan a la vista y al oído. Así somos, así nos hizo la historia, la tierra, la vida. Eso es la diversidad. O, parte de ella. Nunca fuimos un país plano ni cuadriculado. Afortunadamente. Somos diversos en paisajes, recursos, expresiones culturales. El lenguaje muestra nuestras diferencias regionales, en sus ritmos, sus giros, su irreverencia.
Negar la diversidad es un equívoco monumental y una falacia. La ilusión por la estandarización nos puede reventar el pensamiento, la educación y la cultura. Del manoseo interesado de la categoría “igualdad” se puede obtener triunfos políticos momentáneos. Pero fatales para el futuro. La intención homogeneizante, no es cuento. Opera en nuestro sistema educativo. Con la aplicación del currículo único y la evaluación, por ejemplo.
Exacerbar la diversidad y volverla bronca es otra equivocación descomunal y una irresponsabilidad. En este caso, no se niegan las diferencias, se las convierte en abismo. Los diferentes se vuelven enemigos. Las particularidades, intereses incompatibles. La relación, combate. El regionalismo –abierto o sutil- emerge como estigma. Reaparece para asegurar fidelidades. Posiciona conflictos y fuerza alineamientos. Infecta heridas históricas para presionarnos a tomar posición, y así, delimitar fronteras y escoger las armas.
No vale la pena. Alinearnos -otra vez-, el rencor solo produce amarguras y perdedores. Es tiempo de rechazar la pretensión de ignorar nuestras diferencias y volvernos uniformes. Y de resistir a las afanes regionalistas que nos quiebran. La intentona por enfrentar a manabas afectados y quiteños solidarios durante el último sismo, no prosperó. No dejemos que vuelva.
Es momento de hacer las cosas al revés de los apremios. De valorar las diferencias como potenciales complementos. Porque atraen, intrigan, desafían. En realidad nos unen muchas diferencias. Nos vuelven inigualables.
La polarización en el país ha empezado a declinar. Familiares, amigos, colegas, han vuelto a conversar, a los tiempos. No consintamos que la espina del regionalismo se nos clave de nuevo. Las valoración de las particularidades y la inclusión, nos demanda nuevas actitudes en todos los escenarios: la familia y las aulas en primer lugar. Y también los medios de comunicación y la vida política. Cuánta falta nos hacen ejemplos inspiradores en la escuela.Somos diferentes. Felizmente.