En un ambiente cargado de crispación hay que hacer un esfuerzo especial para no inocularse un pesimismo fanático o un optimismo exagerado por la propaganda oficial.
Aún siendo crítico de las políticas económicas preconizadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI), no se puede negar que sus pronunciamientos tienen peso específico en el ámbito internacional y son un referente de los organismos multilaterales de crédito y de la banca prestamista.
Despojándonos, entonces, de la sobrecarga de contradicciones extremas cabe opinar sobre los temas del comunicado del 20 de agosto de 2014.
En general ,lo que dice el FMI sobre la economía del Ecuador lo sabíamos, pero nos da la oportunidad para comentar algunos aspectos.
Comienza por reconocer el avance del combate contra la pobreza y la mejora de los indicadores sociales debido a la economía política diseñada por el gobierno de Correa y su aplicación en los últimos siete años, frente a lo cual es menester detenerse a examinar si este gasto fue del todo eficiente o hubo experiencias costosas por la improvisación en algunos casos, o si el torrente de dólares disimuló los desperdicios y escondió el valor de la austeridad en el gasto público.
Si bien señala que la economía creció en la década a un promedio del 4,5%, lo hizo sobre la base de la inversión estatal y del crecimiento del empleo público, debemos comentar que si hubiese habido una inversión privada dinámica coadyuvante a la estatal, el Ecuador hubiese crecido a una tasa más alta, aprovechando el flujo de dólares petroleros y el crecimiento constante de la demanda efectiva.
Pero, qué vamos a hacer para mejorar el crecimiento y disminuir la pobreza, si los precios nominales del petróleo continúan planos en lo que resta de esta década que, considerando la inflación, significa una caída real de su poder adquisitivo.
Obviamente, seguirá creciendo el déficit fiscal y continuará aumentando la deuda del Ecuador a tasas de interés altas por el elevado riesgo país y por el alza internacional de ellas.
En este contexto pedir que se ahorre para constituir un fondo de estabilización como lo hacen algunas autoridades del FMI -no todas- resulta imposible.
Entonces, hay que disminuir paulatinamente los subsidios a los combustibles. Lo del gas licuado podría subsanarse con el programa inteligente de las cocinas de inducción, pero lo grueso son los subsidios a la gasolina y al diésel, que incentivan el uso ineficiente de la energía y regalan recursos a la gente que no es pobre. Si bien estos subsidios se aplican en varios países, el grado de afectación sube en proporción directa a la debilidad política de los gobiernos que aplican medidas populistas y clientelares para ganar las elecciones.
Esto ha llevado al absurdo de los absurdos en Venezuela, donde 20 galones de gasolina cuestan lo que una botella de gaseosa.