Entre los simpatizantes de Alianza País crece un sentimiento de desencanto. En voz baja y con cierto temor, algunos comentan su decepción con el rumbo autoritario del país, el manejo vertical de la organización y las que consideran actitudes arrogantes del Presidente. No desean hablar alto, pues desde su perspectiva corren el riesgo de perder sus cargos o negocios con el sector público, si es que ese es su caso.
¿Qué porcentaje del oficialismo representan? Difícil decirlo, pero en conversaciones privadas e intercambios electrónicos confiesan su desengaño. No se justifican o esconden detrás de malabares discursivos. Reconocen que fueron derrotados en las elecciones locales de febrero y responsabilizan de esto al Presidente y a su círculo cercano.
Estos desencantados, que no son necesariamente militantes activos de Alianza, tienen formación académica y simpatía con la izquierda. Pertenecen a ese grupo que considera que ser ciudadano implica participar, debatir, exigir rendición de cuentas y recibir respeto y apoyo de las instituciones democráticas.
Hasta antes de las elecciones locales aguantaban y hasta justificaban -ya con molestia– ciertas actitudes oficiales, bajo la premisa que debía resguardarse el proceso de cambio frente a un enemigo agazapado y dispuesto a todo, pero al mismo tiempo amorfo: la derecha, el imperialismo, los poderes económicos, los medios de comunicación, etc.
Precisamente por su formación y cultura se permiten ahora, luego de la derrota electoral, cambiar de perspectiva. Creen que para resguardar algunas conquistas sociales hay que avanzar hacia un proceso más democrático, con alternancia presidencial y acercamiento a las bases sociales, animándolas a ejercer como ciudadanos, no como seguidores de una persona.
Bien que se sacudan. Como decía el recién fallecido filósofo mexicano, Luis Villoro, ser de izquierda, más que una militancia o adhesión apasionada a una ideología, debe ser una “postura moral” contra la dominación y la injusticia, una actitud y una práctica ciudadanas, nunca un credo que impida reconocer al que piensa distinto.
Entre los funcionarios de alto nivel, legisladores y dirigentes de la militancia verde manzana, cuestionar o salirse del redil oficialista ha traído consecuencias negativas. Por eso, al menos por ahora, es remota la posibilidad de que simpatizantes y militantes críticos de Alianza País muevan el timón de esa organización.
Los antecedentes indican incluso que los fieles harán lo imposible por lograr la posibilidad de reelección de su líder. La pregunta es si por fin ¿habrá alguien en ese círculo que haga honor a su currículum de académico, columnista o simpatizante de izquierda, para oponerse a tal propósito? Parece que no. Usan la coartada del poder para traicionarse a sí mismos.