Mañana, lunes 19 de marzo, participaré en la Universidad San Francisco en un panel que debate desafíos culturales del momento. Lo haré desde mi perspectiva de hombre creyente, Obispo de la Iglesia, preocupado por mantener un diálogo constante entre la religión y la cultura, entre la fe y la razón. Los nuevos desafíos culturales nos están pidiendo pensar más y mejor, qué cultura, qué valores, qué prioridades debemos de mantener.
No puedo dejar de afirmar la autenticidad de la propuesta creyente, especialmente en tiempos en que, sobre las religiones, se cierne una especie de sombra o de sospecha. La experiencia de la vida y la reflexión me llevan a pensar que creer es razonable y bueno. De la mano de muchos hombres y mujeres honestos he descubierto que la fe libera al hombre y ayuda a construir una sociedad crítica y libre. Atentar contra la vida, contra la digni-dad o la libertad en nombre de Dios es una aberración.
Y, sin embargo, muchos piensan que la religión es un mundo ficticio… La ficción está en todas partes (en los mercados financieros, en los medios, en el marketing, en el lujo, en el consumo… y, muchas veces, en el amor). Difícil conformarse con un mundo aparente, con una fe superficial, que reprime lo humano. Cuando uno busca y ama la verdad, la belleza, el bien, hay rasgos de autenticidad que son necesarios desvelar, tanto en la vida personal cuanto en la Iglesia y en la sociedad.
Una modernidad sin valores siempre será un caos. El siglo XX, con sus enormes contradicciones, vientos de guerras y horror, nos lo mostró hasta la hartura. ¿Estará permitido hacer todo lo que podemos hacer? ¿Todo lo que es posible será bueno? ¿La generación futura, los hijos y los nietos, estará capacitada para afrontar los problemas que les dejamos ? Cuando observo la depredación del medioambiente, el poder de los carteles y del crimen organizado, las ambiciones de las potencias y del mercado, el relativismo moral que nos lleva a convertir los medios en fines y a olvidarnos de la dignidad humana, me pregunto hacia dónde puede ir una sociedad sin Dios, quién sustituirá a la religión, en una sociedad laicista, a la hora de estructurar y transmitir el pensamiento ético, a la hora de decir la verdad sobre la esperanza… Humildemente pienso que los grandes problemas de nuestro mundo solo podrán resolverse si ponemos a Dios en el centro. Reivindico el valor de la resistencia, de la presencia cristiana en un mundo siempre tentado de destruirse a sí mismo.
Hace años, visitando un centro de enfermos terminales, me encontré con una mujer que solo pintaba estrellas. Sabía que yo, detrás de ella, la observaba y miraba con ternura. Guardaba silencio y seguía pintando. Hasta que un día, sin volverse, me dijo: “Si nos quitan los sueños, nos morimos”. Pienso que creer es razonable. En medio de los desafíos de la vida, allí donde la historia se vuelve humana o corre el riesgo de deshumanizarse, reivindico el valor de la esperanza creyente.