La década de la revolución ciudadana deja un obscuro legado en materia de derechos humanos. Durante ese período, los derechos humanos pasaron de ser límites al poder del Estado , excusas para blindar a las autoridades frente al escrutinio de los ciudadanos. Las cortes se apropiaron del lenguaje de los derechos para justificar las más aberrantes restricciones a las libertades individuales. En nombre de los derechos se aprobaron leyes que restringen desproporcionadamente nuestras libertades; se adoptaron políticas públicas que profundizan la desigualdad estructural; se cerraron organizaciones de la sociedad civil; se explotaron indiscriminadamente recursos naturales en territorios indígenas; y una larga lista de etcéteras, siempre en perjuicio de los más vulnerables. Desarmar el complejo aparataje jurídico armado para restringir derechos no será fácil y tomará tiempo.
Este tiempo será un verdadero test para la oposición. Y es que frente a un gobierno que vulneró constantemente derechos humanos, algunos políticos de oposición se convirtieron en convenientes defensores de derechos humanos. Los mismos políticos que en décadas pasadas aplaudieron graves violaciones de derechos humanos, pasaron a condenar el uso desproporcionado de la fuerza cuando las víctimas eran manifestantes de oposición. Aquellos que siempre minimizaron la violencia contra las mujeres, la condenaron cuando el perpetrador fue el director del diario gubernamental. Quienes jamás tuvieron reparos en oprimir a los pueblos indígenas, aplaudieron su lucha en tanto resultaba contraria a los intereses de Correa.
Si la década del correato logró convertir a tantas voces en defensores de derechos humanos, habremos ganado mucho. Pero si ante nuevas violaciones empiezan a mirar para otro lado, a la espera de que se confirme si con Lenin ganó o no la revolución, su apropiación del lenguaje de los derechos habrá sido tan perversa como la de las cortes de Correa. Todos podemos ser defensores de los DD.HH., pero temo que aquellos a los que les indignó la inadmisión de Lilian Tintori al territorio, y les tuvo sin cuidado la expulsión arbitraria de cientos de cubanos, guardarán silencio si Lenin expulsa a un grupo de venezolanos.
Los DD.HH. no son una simple herramienta de oposición ni un discurso de moda para atacar al que afecta nuestros intereses. Los derechos deben ser un norte que nos permita evaluar las prácticas del poder, indistintamente de quién lo ocupe. Si ponemos los derechos en el centro, seremos capaces de reconocer que en el gobierno hay tantos aciertos como en la oposición desaciertos. La lucha por los derechos debe ser irrestricta, sin importar quién es la víctima ni quién el perpetrador. En lo meramente políticos, este tiempo puede ser una tregua; pero en lo que afecte a los derechos, la lucha debe continuar.