Este es el título de un famoso libro escrito en el siglo XIX por un joven pensador político francés, Alexis de Tocqueville, profundo observador de las ideas liberales instaladas en los cauces abiertos por la Declaración de Independencia de Estados Unidos (1776) y por la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa (1789).
En mayo de 1831, cuando apenas tenía 25 años, el magistrado Tocqueville y su colega Gustavo Beaumont arribaron a Nueva York, con la misión oficial de estudiar el régimen penitenciario de los americanos. Pero su verdadera preocupación era de mayor aliento, ya que su meditación se centraba en el destino de las sociedades europeas, acosadas desde hacía 40 años por la vorágine política. Para encontrar respuestas a sus interrogantes, quiso tomar contacto con una sociedad política nueva como la norteamericana, que parecía haber resuelto satisfactoriamente los problemas de libertad y de igualdad, en un marco democrático, que inquietaban a Francia. Tocqueville afirma que el hecho que más le impactó en Estados Unidos fue “la igualdad de las condiciones”, tema que le apasionó en sus investigaciones.
Tras un año de permanencia en Estados Unidos, recopiló sus observaciones en dos volúmenes, escritos entre 1832 y 1834, para concluir su trabajo en dos tomos adicionales. En la primera parte de la obra abordó la influencia de la democracia en las instituciones y costumbres políticas de los americanos. La segunda parte, más abstracta, contiene una visión general de “ideas sobre ideas”. Por el mérito y la trascendencia de sus investigaciones fue incorporado a la Academia Francesa.
Por la obvia limitación de espacio, me abstengo de abordar los temas generales de la institucionalidad democrática. Prefiero compartir una sorprendente curiosidad intelectual, que se expresa en una visión geopolítica sagaz del porvenir de Norteamérica, escrita en 1834: “Hay hoy en la tierra dos grandes pueblos que, habiendo partido de puntos diferentes, parecen avanzar hacia un mismo fin. Son los rusos y los angloamericanos. Los dos han crecido en la oscuridad, y mientras que las miradas de los hombres estaban ocupadas en otra parte, se colocaron de golpe en la primera fila de las naciones, y el mundo conoció casi al mismo tiempo su nacimiento y su grandeza… Su punto de partida es diferente, sus caminos son diversos; sin embargo, cada uno de ellos parece llamado, por un secreto designio de la Providencia, a tener un día en sus manos los destinos de la mitad del mundo”.
Este vaticinio, trasladado al siglo XX, nos recuerda el escenario de la Guerra Fría y el orden político internacional de la bipolaridad, cimentado en la confrontación de las corrientes ideológicas de Estados Unidos y la Unión Soviética.