El término democracia es ambiguo y tras él se esconden distintos regímenes políticos como el estalinismo o la Cuba de los Castro. Debe entendérsela como un sistema político en el que el poder y los ciudadanos están sujetos a la ley; el ejercicio del poder es limitado, se divide en tres funciones y está sujeto a mecanismos de control; la justicia es independiente; la libertades y derechos individuales están garantizados por la Constitución; rige el pluralismo ideológico y la libertad de expresión y los gobernantes son electos por períodos determinados. Voy a más: la democracia es, sobre todo, un esquema de valores fundamentales compartidos por la sociedad que sostienen la maquinaria institucional. La historia ecuatoriana expresa la ausencia de esos valores y así lo demuestran el número de Constituciones y de Presidentes, los frecuentes golpes de Estado; la destitución de los Jefes de Gobierno por motivos cocinados en los Congresos; la falta de diálogo y tolerancia y el caudillismo en los partidos políticos, por citar unos ejemplos.
El acierto del Economista Correa es el haber captado la idiosincrasia del pueblo ecuatoriano y la escasa vigencia de los principios democráticos. Intuyó que no habría reacción negativa si establecía un gobierno autocrático, camuflado por una Constitución que consagra la concentración del poder y que crea instituciones como el Consejo de Participación Ciudadana, llamado Quinto Poder el Estado, compuesto por un grupo de personas autocandidatizadas, que pasan por un cedazo lleno de huecos, y que sin tener representatividad popular, ni legitimidad, designa a los principales funcionarios del Estado. O una Corte Constitucional que priva a la Asamblea Nacional de competencias que le son propias, como son interpretar la Constitución y legislar. Me temo que la sociedad continuará sin reaccionar, mientras no cambie la cultura política y siga recibiendo los beneficios de los recursos públicos, y principalmente porque presiento que las nuevas generaciones, que no han tenido otro referente, consideran normal al sistema que nos rige, sin otra preocupación que la de ir acomodándose a los espacios que les van dejando. Ejemplo de ello es Ruptura, que pudo haber sido el núcleo de una socialdemocracia moderna, pero que se subió al poder en cuanto le pusieron una escalera. Confiemos que la experiencia les lleve a pensar que su fin inmediato no es llegar al Gobierno, sino encabezar una pedagogía política que eduque a la sociedad y restablezca los principios democráticos. El poder les llegará, cuando la ciudadanía participe de sus convicciones.
Y el mismo camino debe seguir SUMA, liderando un centro derecha, solidario y liberal. Solamente falta que se eliminen las elecciones, para dejar de ser una democracia que no pasa de ser electoral.