Somos especiales. Vamos directo a varios abismos, y no nos inmutamos. Caminas por las calles de Quito y es como si no pasara nada. El calor veraniego y una sensación de paz rara nos embriagan. El volcán más grande del mundo erupciona a cuarenta kilómetros de nuestras ventanas, y salimos a tomarle fotos para enviar a nuestros amigos de Facebook. La brumosa “información” refuerza la indiferencia frente al estallido catastrófico, que probablemente, se dará cualquier rato. Sin embargo, en apariencia no pasa nada, aunque las primeras noticias de los pueblos, bajo las cenizas, hablen de una tragedia que crece.
La economía va al colapso, pero como todavía no patea fuerte, no vale la pena preocuparse tanto. Las noticias de todas las mañanas hablan de una nueva baja del precio del petróleo; que el nuestro ya no vale nada. Nuestro nuevo prestamista, la China, tiene problemas, y las bolsas de todo el mundo se desploman.
Los comentaristas pintan nubarrones muy oscuros para los próximos meses. Pero para el vocero oficial, todo está controlado, aunque empieza a reconocer el tétrico escenario y tímidamente toma algunas medidas que aparecen tardías. Lo importante es no descomponer la figura gubernamental: deslindar responsabilidades y decir que está bien manejada la crisis. Entonces, estamos en buenas manos. No hay que preocuparse, dicen para sí, los miles que todavía creen en los profetas.
En dónde no hay indiferencia es en el campo político. El pendenciero poder se ha encargado de no permitir la somnolencia. La creciente provocación y represión ha despertado el rechazo de más gente. Las iras contenidas por mucho tiempo empezaron a desfogarse. Pero el oficialismo más sordo y desafiante, reaviva la ira que se concentra nuevamente, preparándose a un nuevo estallido, que será más estruendoso y potente que nunca. Este, con alta probabilidad se dará en diciembre, al calor de la irreflexiva aprobación de las enmiendas constitucionales, en especial la de reelección indefinida. El edificio institucional de la política quedará seriamente cuarteado.
¿Qué está tras esta supuesta indiferencia e insensibilidad colectiva, frente a escenarios que pintan siniestros? Es cierto que culturalmente somos dejados, que diferimos todo para último momento, que por la herencia colonial paternalista tenemos poca previsión, proactividad e iniciativa; pero no es menos cierto que los molones que tenemos delante nos ha pasmado, menos el gobierno que por su tozudez nos reactiva.
Se viene una gran conmoción en todos los órdenes, por lo que debemos prepararnos para ello. Pero luego, la hora de la reconstrucción demandará de esfuerzos gigantes; primero personales y familiares, que contagiarán a la sociedad y sacudirán al Estado. Llega la hora de la iniciativa cívica, de la unidad y de la minga.