El debate sobre la reelección va mucho más allá de la vocación concentradora de poder del Presidente de la República y de las necesidades domésticas de Alianza País de mantener un nicho de supervivencia para su clientela; supera, también, la conveniencia de la oposición de abrir sus posibilidades para el 2017.
Este debate topa la esencia misma del sistema democrático en cuanto a que sin alternabilidad, sin una competencia real y genuina entre diversos proyectos políticos, la democracia pierde contenido. Muchos países tienen elecciones sin alternabilidad, por lo cual dejan de ser democracias. La alternancia es indispensable pues asegura el pluralismo, garantiza el disenso; es condición de una efectiva fiscalización y rendición de cuentas y el arma más efectiva de lucha contra la corrupción. Evita, además, la concentración total del poder; promueve la innovación y adaptación a nuevas condiciones.Las elecciones son componente central de cualquier democracia. Sin embargo, sin alternabilidad, se modifica sustantivamente su papel en el sistema político. Así, de mecanismo perfectible para que los electores elijan en libertad a sus gobernantes, estas pasan a ser, simplemente, un instrumento de ratificación del grupo en el poder. Por ello, la propuesta de reelección del oficialismo pone en juego la función misma de los procesos electorales. No contempla en ellos la expresión de la voluntad popular, sino únicamente la necesidad del grupo gobernante de mantenerse en el poder, de perpetuar “su proyecto político”. Su objetivo es transformar las elecciones a nivel presidencial en una mera confirmación de estatus quo, en un ritual vacío para que el liderazgo existente se relegitime, mediante la movilización de toda la maquinaria estatal. De esta forma, el movimiento oficialista se ha graduado como la fuerza más conservadora del país. No es la primera vez que la palabra revolución se usa para promover lo contrario. La pretensión de continuidad indefinida de su proyecto político ha hecho del cambio un ardid para la conservación de sus privilegios.
Pero la reelección presidencial tendrá en el Ecuador una consecuencia adicional, también de alto contenido conservador. Dado el peso absoluto del liderazgo político de Correa, no solo en su movimiento sino en la estructura del Estado (situación afianzada por el marcado presidencialismo de nuestra Constitución), la reelección significará la consolidación de las tendencias más retrógradas de la política ecuatoriana: el personalismo exacerbado y el caudillismo autoritario. A los revolucionarios de Alianza País se les ha agotado el repertorio. Para conservar el poder al que se han aferrado convocan con entusiasmo fórmulas políticas del siglo XIX. Prometieron refundar la patria y su política y nos hoy regresan a un debate que la sociedad ecuatoriana ya había superado hace décadas cuando hubo consenso en que no debíamos repetir el velasquismo. Una vez más, el correísmo nos propone un regreso al pasado. Les gustó tanto el poder que hoy reniegan de la democracia.