Pes e a que las reglas parecían estar claras, y a las reiteradas declaraciones del presidente Rafael Correa de que no se presentaría a unos cuartos comicios, éste ha reabierto la posibilidad de hacerlo, a propósito del anuncio del Alcalde guayaquileño de postularse a una nueva reelección.
Jaime Nebot también había dicho que no se presentaría. Los argumentos detrás de la idea de prolongarse en el poder suelen ser siempre los mismos: si alguien ha hecho muy bien las cosas, no hay ninguna razón para que no siga haciéndolo, y es en última instancia el pueblo el que decide. Pero el contrapeso son las ventajas de la alternancia política en cualquier sociedad.
Los legisladores que redactaron la Constitución de Montecristi abrieron la posibilidad de que quienes habían sido elegidos anteriormente pudieran permanecer hasta ocho años más en el poder. Hoy, el gran reto para quienes mantienen el poder es sopesar las desventajas de una continuidad basada, ni siquiera en un partido único, sino en una sola figura.
Cualquier proyecto de continuidad encierra graves riesgos. No solo el de usar los recursos públicos para perpetuarse, en desmedro de quienes compiten en desventaja, sino el de crear una apatía social generalizada. Por eso todo sistema auténticamente democrático prevé reglas claras de alternancia y de representación. La Asamblea, controlada por el movimiento que tiene en sus manos el poder, debiera asegurarse de aclarar su posición frente a un debate que ya parecía zanjado.