Barack Obama acudirá a la VII Cumbre de las Américas a celebrarse en la Ciudad de Panamá los días 10 y 11 de abril, con dos prioridades, Cuba, que por primera vez desde 1960 participa en un evento regional auspiciado por la Casa Blanca y la OEA, y Venezuela, el actual polo de tensión en las relaciones de Washington con América Latina. Por su parte, Raúl Castro y Nicolás Maduro asistirán al encuentro con idéntica obsesión, Obama, quien en esta reunión puede terminar bien perdiendo la iniciativa política, o muy fortalecido, como ocurrió en la OEA, cuando Venezuela hizo el ridículo de nuevo.
Sin la menor duda, Raúl Castro aprovechará la ocasión para insistir en que la normalización de relaciones diplomáticas y comerciales con Washington debe desarrollarse sin condicionamientos previos, y que otra opción resultaría inadmisible para una nación soberana. Es decir, que, para él, entenderse con la Casa Blanca no implica en absoluto renunciar a los principios socialistas de la revolución cubana. Desde esta perspectiva, Obama, si de veras quiere superar más de medio siglo de desencuentro con la isla, tendrá que dejar de lado el espinoso tema de los derechos humanos sin que ello levante una tormenta de protestas dentro y fuera de Estados Unidos. Un lance difícil al que Obama debe añadir la contingencia de que la crisis con Venezuela perturbe sus negociaciones con Cuba.
En su carta al pueblo de EE.UU., publicada a toda página en The New York Times la semana pasada, Maduro destaca, como punto esencial de su respuesta a la denuncia de Obama sobre la peligrosidad que representa el Régimen venezolano para la seguridad nacional de Estados Unidos, que Venezuela es una sociedad abierta que cree en la paz y la ley internacional, mientras que el Gobierno de EE.UU. realiza “intentos tiránicos para intervenir en los asuntos internos de Venezuela”. Con este argumento pretende Maduro acorralar públicamente a Obama en Panamá.
No parece plausible que lo logre. En sus
reuniones con una comisión de cancilleres de Unasur, encabezada por Ernesto Samper, el organismo se comprometió a emprender una ofensiva diplomática colectiva para persuadir a Obama de suspender las sanciones aplicadas a jefes militares y dar inicio a un diálogo conciliatorio con Maduro. Nada más. En ningún momento aceptaron el dilema planteado por Maduro de que se está con Venezuela o con el “imperio yanqui”. Y lo único que un día más tarde asumieron las naciones miembros de la Alba fue la de negociar con Unasur una posición común en defensa de la soberanía de Venezuela. Pura retórica.
En otras palabras, los gobiernos de América Latina y el Caribe, en su casi totalidad, apoyarán a Venezuela en sus planteamientos ante esta Cumbre de las Américas.
En cualquier caso, la interrogante que surge de este dilema es, por una parte, si las naciones latinoamericanas, además de defender a Maduro, enfrentarán en Panamá el poder de la Casa Blanca.
Por la otra, hasta dónde llegará el empeño cubano de solidarizarse con Maduro sin poner en peligro sus negociaciones con el Gobierno de Estados Unidos.