Ausentes de lo fundamental, obsesionados por la distracción, con un ojo en la pantalla y el otro en el interlocutor, escuchando a medias y entendiendo mal, “mirando como a través de un siglo”, esperando que el otro se calle para seguir navegando, así se vive la “cultura de la red”. Es un hecho cada vez más frecuente y característico de estos tiempos No dudo en absoluto de las ventajas de la tecnología y de las maravillas de la conectividad; al contrario, las admito y las empleo razonablemente. Dudo, si, del destino concreto de ciertas personas -y quizá de las generaciones- que viven sumergidas en la coyuntura de Internet, obsesionadas por yuo tube, dominadas por lo audiovisual, encerradas en el mínimo mundo de la pantalla, perdida la capacidad de atención, y, lo que es peor, perdida la capacidad de comprensión de temas abstractos y empañada la razón por el dominio de la imagen.
Hace no mucho tiempo, explicaba yo en una de mis clases algún tema vinculado con la teoría de la libertad como contraste y complemento de la justicia.
Y para hacerlo, claro está, había que emplear la única herramienta posible, que es el pensamiento expresado en palabras, y había que aludir a lo que los griegos y romanos entendieron sobre esos viejos y fundamentales temas. Un alumno, angustiado ante la densidad del pensamiento abstracto, me preguntó, si no sería posible dibujar el asunto porque no entendía nada. Yo advertí, además, que el desventurado joven había llegado a la universidad sin nociones de historia, ni de lógica ni habilidades para la lectura.
Había llegado a jugar en la clase con el ipad; había llegado con la idea de que todo era asunto de videos o de sumergirse en el rincón del vago.com para ir pasando gratamente los aburrimientos que imponía el profesor. Por su puesto, el alumno del cuento marchó de mis clases y de la carrera. Se fue.
Más allá de la anécdota, el episodio me creó dudas acerca de la función del profesor, del valor de las ideas y de los libros, porque si todo se reduce a hacer dibujos, a diseñar cualquier superficialidad en power point, y a suplir el conocimiento con algún video de circunstancia, pues el destino de la cultura es incierto. Y el de las profesiones peor.
Me pregunto, desde entonces, si en esas condiciones se puede hacer ciencia, si se puede investigar de verdad. Me pregunto, si la red no se estará convirtiendo en un sistema de empobrecimiento intelectual, de abrumadora superficialidad, de crónica diversión. Me pregunto, además, si valen la pena esas conversaciones a medias con interlocutores distraídos, con seres con quienes el diálogo es imposible porque están en “otra onda”, y porque lo único que les interesa es que el otro se calle para seguir navegando o chateando, o jugando al solitario.