Abruma el progreso material de la sociedad que se debe, en su mayor parte, a los avances científicos y tecnológicos tan sorprendentes de nuestra era; la ciencia y el conocimiento superan límites inimaginables, donde el hombre se solaza pletórico de autosuficiencia y poder; se percibe como insaciable su búsqueda de bienestar y comodidad; sin embargo, como sorprendente es ese progreso, alarmantes se manifiestan las brechas entre grupos sociales, que se ahondan cada vez más, especialmente, en el ámbito económico-social.
Sorprende además mirar cómo las clases de la sociedad, sin excepción, denotan insatisfacción y pesadumbre, ¿la causa posible?…: se han relegado principios éticos y de convivencia social, los seres más vulnerables y las sociedades más pobres son las víctimas; algunas personas vuelven serviles a sus congéneres, los que -tratados sin que se respete su dignidad- no llegan nunca a desarrollarse.
Relación directa con la cuestión social tienen los abusos que se perpetran en el ámbito ecológico, donde se maquillan conductas inapropiadas, bajo lemas como “sostenibilidad”, “derechos de la naturaleza” y otros artificiosos membretes que, en vez de incitar auténticos procesos de respeto a la naturaleza y cuidado de los recursos para las generaciones futuras, dan cabida a demostraciones de prepotencia, soberbia y quemeimportismo.
No es posible separar lo social, lo económico y lo ecológico, tres componentes sincrónicos donde el impacto ocasionado en uno de ellos afecta ineludiblemente a los otros. Esfuerzos varios se han realizado alrededor de este propósito, por ejemplo, desde la ONU, en el año 2000, donde los gobiernos se adhirieron formalmente a los Objetivos del Milenio y, las empresas privadas, a los Principios del Pacto Global; penoso resulta, después de 12 largos años, no palpar resultados tangibles de tales compromisos y acuerdos, simplemente, se denota la aplicación de paños tibios, el mostrar solo apariencias sin legitimidad.
Mirando nuestro Ecuador, con estoicismo, sufrimos el politiquero e interminable espectáculo circense al que nos someten los unos y los otros, agria confrontación donde las diferencias se marcan por los defectos de los contrincantes y no por las fortalezas propias, por cierto, escandaloso artificio antiético utilizado por ambas partes; aún seguimos expectantes, confiando en que nos muestren planes concretos sobre la cuestión social, acciones certeras, consensuadas, acerca de las que, más tarde, nos rindan cuentas de manera objetiva luego de asumir al poder.
Ya lo decía Juan Pablo II: “Los pueblos y los individuos aspiran a su liberación: la búsqueda del pleno desarrollo es el signo de sus deseos de superar los múltiples obstáculos que les impiden gozar de una vida más humana”.