Eduardo Fidanza
La imputación a Cristina Kirchner por el caso AMIA marca, tal vez, el punto más álgido de su gestión y abre una perspectiva imprevisible para el caso que conmueve al país.En los próximos días la estabilidad política dependerá de la actitud que ella adopte frente al nuevo dictamen que la compromete.
Hasta aquí su respuesta al caso había correspondido al estilo tumultuoso y beligerante que la caracteriza. Recurrió a dos largas cartas en Facebook, una prolongada cadena nacional, referencias oblicuas al caso en otras apariciones públicas, concluyendo con un fuerte alegato político ante sus seguidores, donde descalificó a la oposición y a la convocatoria del próximo 18.
En las dos cartas digitales, la Presidenta sospechó de entrada del suicidio del fiscal y luego lo descartó, atribuyendo la muerte a un atentado contra su Gobierno. Poco después, en la cadena nacional del 27 de enero, intentó retomar la iniciativa, anunciando la creación de la Agencia Federal de Inteligencia. A los tres días, el 30 de enero, giró el foco, omitió el caso, comunicó un aumento de las jubilaciones y enumeró logros del Gobierno. Cerró el ciclo al regreso de China, confesando su amor por los militantes que la aclamaban en un patio interior de la Casa Rosada.
A lo largo de estas piezas, el repertorio discursivo de Cristina exhibió distintos registros. Las cartas en Facebook estuvieron, por un lado, atravesadas por la sospecha de una conspiración y, por otro, fueron una especie de rendición de cuentas retrospectiva acerca de su actuación en el caso AMIA, cuando era diputada y senadora.
El argumento, claramente autoexculpatorio y defensivo, cerró así: por haber denunciado en su momento el vaciamiento del caso y haber buscado, antes y ahora, la verdad, soy víctima de un atentado contra mi Gobierno. Para avalarlo, las cartas exponen una detallada enumeración de hechos, puntualmente interpretados.
En este punto, y ante la amenaza de una gran manifestación en su contra, Cristina Fernández de Kirchner retornó una vez más a la dialéctica clásica del populismo, dividiendo a la sociedad, rompiendo los puentes, descalificando al adversario. ¿Qué lugar les queda a los que no quieren sumarse a este consenso nacionalista y populista? Para ellos el odio y el silencio, para nosotros el amor y la alegría, dijo Cristina, despreciando la marcha de los fiscales.
Antes de la dramática imputación que la pone en la picota, la Presidenta se había dedicado a una de las tareas que mejor conoce: dividir aguas, afirmar su territorio, descalificar a sus adversarios transformándolos en enemigos.
La cuestión es qué hará ahora, cuando está cuestionada judicialmente, pero sigue siendo el principal actor del que depende la estabilidad política, social e institucional del país
Cristina Kirchner en su laberinto afronta una grave responsabilidad.