Poco importa a la final, si el leitmotiv de esta revolución ciudadana fuera el de tirar abajo el supuesto cúmulo de todos los males, a saber, la Constitución del año 1998, y traernos una milagrosa, calificada como una de las constituciones supuestamente de avanzada del planeta.
Tampoco es relevante que en el preludio de esta ola verde, haya ocurrido la lucha de los “forajidos” en contra del burdo y desvergonzado intento de Gutiérrez por manipular a la justicia a sus anchas y conveniencia, y que la promesa hubiera sido que nunca más se intervendría en uno de los bienes más preciados y codiciados: la independencia de la justicia. Aquello es desechable, frente a las pulsiones más fuertes del gobernante, de asirlo y manipularlo todo.
Pero el poder absoluto, que marea y hace desvariar hasta a los que ayer eran propietarios de la sensatez y la moral política, es pésimo consejero. La anunciada consulta popular no encuentra más defensores que unos pocos sofistas que se han quedado sin razones para explicar cómo es que en menos de dos años de vigencia, los ideales mecanismos de la Carta Magna que ellos diseñaron, resultaron un monumental fracaso, y el tan mentado garantismo se volvió letra recontra muerta frente a la inminente posibilidad de controlar la justicia e instaurar la censura previa a los medios.
En la realidad, la decisión presidencial es un golpe bajo contra los ideólogos de País y toda la cuadrilla de arquitectos constitucionales que concibieron al laberíntico texto de Montecristi.
Es también un atentado contra sus propios asambleístas. Dispararse en lo pies, nunca es aconsejable. Después de los resentimientos y resquemores que probablemente este proceso deje a lo interno, cuando la inseguridad ciudadana siga en exactamente las mismas condiciones, y la justicia en este país profundice sus rasgos de sumisión y obediencia al poder político, sin que en la práctica, esto redunde en mejoras para la ciudadanía en el funcionamiento jurisdiccional, entonces el Gobierno se quedará desnudo. Sin ropaje alguno que le sirva para tapar, lo absurdo de este proceso y la gula política que lo alimenta.
Por eso, la lujuria de dominio y la ambición de micro manejarlo todo y justificarlo con la ciega voluntad plebiscitaria es peligrosa. La ceguera del poder absoluto provoca la incapacidad de ver las soluciones posibles y sensatas. Todos los atropellos cometidos por ellos en el pasado reciente se fundamentaron en la supuesta legitimidad del tren histórico de la constituyente, esta vez el caso para la consulta popular no tiene presentación alguna, ni para ellos mismos.
Ninguna consulta era necesaria más que para consumar el control final de este país. Esta debiera llamarse la consulta de la infamia.