La frase en el título de este artículo viene de una conferencia dictada en 1959 por el filósofo y sociólogo alemán Theodor W. Adorno, en el altamente simbólico contexto de una sesión del Consejo Alemán de Colaboración entre Cristianos y Judíos.
En la conferencia, Adorno habló contra la facilidad con la cual, llevados por el miedo a asumir culpas y responsabilidades, podemos echar en saco roto los horrores de nuestros propios pasados. Adorno se refería a la posibilidad de que los alemanes no asumiesen, en profundidad, las causas que les habían permitido hundirse en el espanto del Holocausto. Planteo que, con paralela preocupación, nosotros debemos cuidarnos de la posibilidad de no asumir, en profundidad, las causas que a través de nuestra historia han generado barreras de desconocimiento, desconfianza, hostilidad y resentimiento entre diversos grupos de nuestras sociedades.
Adorno dijo: “Si bien algo así como un análisis de masas resultaría muy difícil de ser llevado a cabo, parece fuera de discusión que sería demasiado beneficioso que el psicoanálisis estricto encontrara su lugar y pudiera influir en nuestro clima espiritual, aunque tal influencia se limitara a generalizar la convicción de que, antes que golpear hacia fuera, es siempre mejor reflexionar sobre uno mismo, y sobre la relación de uno con aquellos a los que la consciencia endurecida acostumbra a convertir en blanco de sus agresiones”.
¿A quiénes ha “acostumbrado la consciencia endurecida a convertir en blanco de nuestras agresiones”? En muchas familias, a la esposa y los hijos, a quienes el padre agrede con grito y golpe. En muchas haciendas, empresas e instituciones, al subalterno al que se agrede con imposiciones abusivas.
En las escuelas y colegios, al niño o la niña que parece más débil o más sensible y, en su sufrimiento, hace a los “bullies” sentirse falsamente fuertes. En la sociedad en general, al indígena y al afro-descendiente; al opositor político; al que profesa otra o ninguna religión; al de distinta orientación sexual; a la mujer a quien se irrespeta con lasciva mirada y grosero piropo, o peor, se seduce o se viola para luego abandonarla; al que le gusta música que a nosotros no; hasta, en el absurdo, al hincha de otro equipo deportivo.
Como dijo Adorno, “antes que golpear hacia fuera, es siempre mejor reflexionar sobre uno mismo y sobre la relación con aquellos.” La reflexión sobre uno mismo puede llevar a reconocer que uno no es superior, aunque plazca pensar que lo es, a detectar y a admitir las inseguridades que uno busca compensar con ese placentero pero pernicioso pensamiento, y a suavizar la consciencia.
Si llegamos a suavizarla, la reflexión sobre la relación con “aquellos”, quienesquiera que sean, podrá llevarnos a reconocer vínculos valiosos, que desconocíamos.