En el Congreso Iberoamericano de las Lenguas (Salamanca 2012), se defendió la enseñanza de nuestra lengua como proyecto común “para una mayor cohesión de la región que facilite un futuro más halagüeño que el que se vislumbra”. La ‘región’ la constituimos como cuatrocientos cincuenta millones de hablantes que ¡milagro de milagros!, hablan el mismo idioma. La lengua es motor social, cultural y económico, herramienta básica en la enseñanza: “La competencia lectora y escritora es la más importante, la que abre la puerta a todas las demás”. ¡Cómo no luchar contra el analfabetismo individual, social y tecnológico? Dos grandes organizaciones oficiales se responsabilizan de la extensión, dominio y perfección de nuestra lengua: las Academias de la Lengua, en países cuya lengua oficial es el español o, como es el caso de los Estados Unidos, donde lo hablan más de cuarenta millones de habitantes o el de Filipinas, cuyo primer idioma oficial fue el castellano, y el Instituto Cervantes, en ámbitos donde el español es una lengua extranjera.
En el IV Congreso Internacional de la Lengua Española (Cartagena, 2007) Antonio Muñoz Molina se refirió con cierto pudor o, al menos, no con la fuerza con que esta idea se enuncia hoy, al valor económico del español. Arriesgaba, ante amplísimo público, una interpretación negativa, dado el concepto idealista con que aún tratamos en América lo atinente a nuestra lengua. ¿Reducción de la lengua a mercancía?…, sin embargo, su aserto constituyó una especie de revelación.
Pero él mismo toma distancia al respecto: ¿deben los padres en apuros -reflexiona- poner a sus hijos nombres de marcas comerciales? ¿Deben los países adoptar nombres de empresas que los patrocinan? La estación Sol del metro de Madrid se ha convertido en Vodafone-Sol, lo cual le parece “uno más de los ultrajes a los que esta ciudad viene siendo sometida”. Según esto, ¿tendrá pronto Madrid una “Puerta de Alcalá- Kentucky FriedChicken”, o un “Movistar Parque del Retiro” y una calle Mayor McDonald’s? ¿Cabe, a la vez, el reconocimiento del valor económico del español y la negación explícita al uso de una palabra-marca que produce millones? Sí, porque la aspiración a obtener de la lengua beneficio económico no ha de socavar la tradición, la belleza del idioma, el recuerdo y la expresión, con añadiduras cuyo absurdo atrevimiento desnuda a la lengua y a quienes la ‘viven’, de su arte, de su alma… Y sin embargo, la pobreza es enemiga de la lengua, porque lo es de su aprendizaje cabal, y, en consecuencia, del dominio de la realidad. En pobreza no hay aprendizaje, ni disponibilidad física y mental para hablar y escribir, para educarse, para comprender. Abrumado por necesidades primarias, reducido a ‘producir’ para sobrevivir, el ser humano es apenas un estómago frágil sostenido por el ansia inexplicable de ser, de permanecer…