“Compartiendo el viaje” es el título de una campaña promovida por el Papa Francisco a favor de migrantes y refugiados. Es una campaña dirigida a todos, pues todos compartimos una misma vida y un mismo planeta. No todos con la misma suerte, pero sí con la misma dignidad.
No podemos ignorar la cantidad de problemas que la movilidad humana a tan gran escala provoca, tensiones de muerte que terminan con la vida de miles y miles de personas. El mediterráneo se ha convertido en un gran cementerio que sepulta vidas y esperanzas. Tampoco podemos ignorar las tensiones que sufren los países receptores de migrantes y refugiados, los enormes gastos, los problemas de empleo y las grandes dificultades de integración entre culturas tan diversas.
El Papa nos da alguna luz, que deberíamos de tener en cuenta. El, en la Ludato Si, habla de “la Casa común”. Con frecuencia tenemos la impresión de que la casa está patas arriba y los hermanos peleados. Pero la fuerza de la expresión “Casa Común” es muy grande. No se trata de una casa vacía, sino habitada. Y habitada por el hombre que, a la luz de la dignidad humana y del bien común, no puede ser ignorado, maltratado, excluido. Los refugiados buscan una vida mejor para ellos y para sus hijos. Es lo que haríamos cada uno de nosotros si viviéramos las mismas carencias y los mismos peligros. Por eso, “compartir el viaje” es algo que nos incumbe y nos compromete a todos. Acoger, acompañar e integrar serían tres acciones no sólo humanitarias, sino también políticas. Y, por supuesto, profundamente cristianas. No hace mucho, el Papa denunciaba que una gran parte de los centros de acogida para refugiados eran una auténtica calamidad, pudrideros de hombres, mujeres y niños. Y si bien la atención de los desplazados supone gastos y complicaciones, hay que decir que son mínimos en el conjunto de los presupuestos estatales. No son más que las migajas que caen del mantel. En cualquier caso, no podemos descartar a la gente por ser frágil, pobre o diferente.
También desde esta perspectiva duele la corrupción, auténtica lacra que infecta el mundo y arruina la casa, divide a los hermanos y destroza la moral. ¿Se dan cuenta la cantidad de cosas buenas que se podrían hacer en el mundo con el dinero robado? Mientras nuestros hermanos más pequeños pasan necesidad, los poderosos del mundo nadan en una abundancia que nunca podrán consumir: no tienen estómago ni tiempo suficiente.
Nuestras CARITAS, en todo el mundo, apoyarán esta campaña de sensibilización y toma de conciencia, poniendo los ojos en la tierra que pisamos, en los caminos que transitamos, pero, sobre todo, en las personas heridas que, como cualquiera que lo necesita, sólo buscan una oportunidad. No miren hacia otro lado, no se desentiendan. Más bien, compartan la esperanza, compartan el viaje.