Maneras de expresar el maligno poder, hay muchas; también las hay para expresar temor ante las realidades cuando el poder ya no parece funcionar ni importarle a nadie.
Protegerse, haciéndose el grande, riendo burlón, denigrando y maltratando por doquier, están entre los más grandes síntomas de inseguridad. La agresividad proviene de un ser que siente inseguridad y vive con complejos incrustados en su más profundo ser, de que sabe lo que se viene y no sabe cómo cubrir todas sus falencias, su desconocimiento, su falta de integridad. Aquellos que lo rodean sufren del mismo mal, del miedo por un futuro en el que el poder ya no será, porque no lo tendrá.
Aligeremos el tema y veamos el tipo de ridiculeces que puede brindar ‘seguridad’ a seres inestables en sus tronos. Conversaba con amigas y, dejando los obvios temas de conversación que no logran abandonar ni los almuerzos diarios de las familias, descubrimos que todas estamos molestas con la actitud de la Policía y aunque mezclo dos tipos de autoridades en una sola bolsa, sí, los agentes de tránsito también.
Contagiarse de malas costumbres es más fácil y resultón que adoptar las buenas. Así, nacionales o metropolitanos, sin tomar en cuenta uniformes o áreas específicas de acción, toditos hacen los mismo.
Se contagiaron de “poder”, ese que los aleja de la ciudadanía y los acerca al ocio, maravillosa cualidad que les permite con tranquilidad, dormir profundas siestas en cualquier lado, ver la pantalla del celular mientras, frente a ellos, se comenten infracciones de tránsito, les pasan por la narices los micro traficantes, se parquean en los cruces cebras, se cruzan semáforos rojos y casi pisan peatones. Son contestones, descorteses con la ciudadanía que merece su servicio y no respuestas como: “No es mi área, no me compete, no sé, a mi no me toca, es que no hacen caso y finalmente, siga…siga”.
Sienten control. Maldito poder apoderado de la cabeza y vemos el resultado. ¿Sus armas de defensa? Las irritantes, contaminantes y, que ahora no significan nada para nadie, luces blancas, azules y rojas. Estas deben significar emergencia pero, como siempre ruedan con las mismas prendidas así paseen a 10 k/h y riéndose entre compañeros, ahora se confunden con los colorinches de las luces de buses y camiones que deberían ser ilegales. Si es orden del ministro y la AMT, deben saber que tienen una vida útil y su reemplazo cuesta; los ciudadanos no tenemos por qué pagar por algo inservible, ya que cuando sea verdaderamente una emergencia, nadie les prestará atención ni les creerá. ¿Emergencia? ¿Y por qué? Si siempre, a toda hora, hasta cuando están estacionados frente a los UPC o en cualquier esquina, están prendidas.
Sabrán los jefes y las tropas, que contaminan por retrovisores y, de frente peor, si sólo se prenden para “demostrar presencia”, es una necesidad del poder desmedido que no sirve para más. ¡Apaguen ya las luces! Dedíquense a trabajar por la seguridad de los ciudadanos, ya sea en tráfico, crimen, ya que ellos, pagan sus sueldos. Su labor es proteger y servir, no contaminar visualmente ni molestar la paciencia.