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Lula era un tipazo: combativo, carismático, un obrero metalúrgico que se convirtió en líder continental e hizo muchos cambios positivos para el pueblo brasilero. Pero ¡ay! no pudo resistir la tentación de Petrobrás y luego se convirtió en lobista de la empresa más corrupta de América Latina. Tenía opciones: pudo haber asumido la secretaría de Unasur, tal como lo hiciera antes su aliado revolucionario Néstor Kirchner, pájaro de alto vuelo. O pudo ocupar algún puesto de la ONU, como Michelle Bachelet, y alejarse de Odebrecht. Pero no lo hizo y cayó.
Ha sido tan espectacular la Operación Lava Jato, y ha cobrado tantas testas coronadas, que el guionista de Narcos escribió para Netflix la estupenda serie policial El Mecanismo con ciertos toques de ficción, pero el personaje que identificamos con Lula ocupa su lugar en el engranaje de la corrupción, razón por la cual el expresidente amenazó con demandar a la productora.
Otro que sigue perdiendo desquiciadamente los papeles es nuestro caudillo inmortal. Si un político cualquiera de América Latina hubiera mantenido un espacio de entrevistas, por ejemplo, en La Voz de las Américas, el canal del Gobierno de EE. UU., le hubieran tildado de agente de la CIA y portavoz del imperialismo yanky y su carrera política habría terminado allí. (¿Recuerdan el escándalo que armó él mismo a unos periodistas honrados por haber charlado con el embajador de EE.UU.?).
Pues ahora, en su afán desesperado de seguir apareciendo en la tele, Correa funge de entrevistador en RT, que es una marca de TV-Novostiel, organización a la que el Gobierno ruso incluyó “en la lista de las organizaciones centrales de importancia estratégica de Rusia”. No en vano RT defiende barbaridades como el exterminio en Chechenia y Ucrania, los crímenes de guerra del Bashar Al-Assad y la corrupta dictadura de Maduro, al tiempo que encubre la participación de los hackers rusos, junto con nuestro compatriota Assange, en el Brexit, la elección de Trump y el independentismo catalán. De modo que no sería peyorativo calificar a los colaboradores de RT como cachiporreros del oso ruso.
Hay que tener estómago para ver a Correa en esa pantalla compartiendo mitos y mentiras con una corrupta de la talla de Cristina Kirchner. Pero en el programa con Lula su cinismo llega al límite: para reforzar el argumento de que los ricos son tan perversos que no perdonan que iluminados como Lula y él saquen a los pobres de la miseria, Correa dice que esas élites “son capaces de tolerar a un Gobierno si es que les da mejores colegios para los hijos de sus empleadas domésticas, pero el rato en que ese Gobierno quiere darles el mismo colegio que a sus hijos, son capaces de matar al presidente”.
Ignorábamos que Correa creó colegios franceses exclusivos, como aquel donde estudiaron sus hijos, para los hijos de las empleadas; solo sabemos que en Yachay se robaron 31 millones más y ese era su proyecto estrella.