El actual canciller, Guillaume Long, acaba de regresar del Reino Unido. A más de hacer lo que se está volviendo como una tradición para los cancilleres en funciones: visitar y retratarse cada 19 de junio con Julian Assange en la Embajada del Ecuador en Londres, la visita de Long podría calificarse como poco acertada. O, para ser más categórico, inútil e infructuosa.
Desconociendo el malestar que representa para el actual Gobierno británico la presencia de Assange en la Embajada del Ecuador, Long presentó ante el secretario de Estado de Asuntos Exteriores británico, Hugo Swire, una agenda de cooperación bilateral en el campo universitario, de ayuda humanitaria y de comercio. Sin embargo, la respuesta de Swire fue contundente: Reino Unido rechaza cooperar con Ecuador hasta que resuelva revertir el asilo otorgado a Julian Assange.
Y aunque parecería que la presencia de Assange en la Embajada da al Ecuador y al gobierno del presidente Correa la imagen de un régimen democrático, que promueve y respeta la libertad de expresión (algo contradictorio cuando a nivel interno sucede todo lo contrario), hay estados como el británico que consideran que el fundador del portal Wikileaks debe responder ante la justicia.
Como si fuera poco, la actuación que ha tenido el gobierno de Correa con respecto del caso Assange y otros a nivel internacional ha contribuido a socavar la imagen y a aislarlo aún más como país.
Aunque siempre pensé que el perfil y la experiencia de Long no eran los más adecuados para acceder a un cargo tan sensible como el ser el jefe de la diplomacia ecuatoriana, muchos pensamos que después de Ricardo Patiño cualquier cuadro podría ser mejor. Sin embargo, da la impresión que la línea de continuidad se mantiene y ese esfuerzo por “hacer mal las tareas” y deslucir la imagen del país continúa.
Es curioso y al mismo tiempo contradictorio que por un lado Long plantee a Swire una agenda bilateral en la cual se incluyan temas de comercio y, horas más tarde, en una conferencia dictada en el Canning House (un ‘think tank’ que trata temas de América Latina) haya despotricado contra los tratados de libre comercio.
Preocupa, además, la posición de Long cuando el Ecuador, a través de su ministro de Comercio Exterior, Juan Carlos Cassinelli, está apretando el acelerador para firmar hasta fines de este año el Acuerdo de Cooperación con la Unión Europea. El cual no es más que un tratado de libre comercio.
Ahí es cuando uno se pregunta: ¿A qué juega el Sr. Canciller? ¿Apoya los tratados de libre comercio o no? ¿Es consciente de que la política exterior de un país tiene que ser coherente con unos principios, unos objetivos y unos intereses? ¿Se ha dado cuenta que ante la delicada situación económica del Ecuador, las exportaciones y los tratados de libre comercio son fundamentales? No me genero mayores expectativas. Tendremos que esperar hasta el 2017.