El desagradable conflicto entre el gobierno regional de Cataluña y el estado español puede ser justo lo que hacía falta para revivir al desfalleciente proyecto europeo.
Cataluña es un claro ejemplo de un dilema europeo más amplio. Elegir entre un estado español autoritario y un nacionalismo de “hacer a Cataluña grande otra vez” es lo mismo que elegir entre Jeroen Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo de ministros de finanzas de la eurozona, y Marine Le Pen, líder del ultraderechista Frente Nacional francés: austeridad o desintegración.
El deber de los europeos progresistas es rechazar ambas cosas: el aparato profundo en el nivel de la UE y los nacionalismos en pugna, que destruyen la solidaridad y el sentido común en estados miembros como España.
La alternativa es europeizar la solución a un problema causado en gran medida por la crisis sistémica de Europa. En vez de obstaculizar la gobernanza democrática local y regional, la UE debe fomentarla, por ejemplo, con enmiendas a sus tratados constitutivos que consagren el derecho de los gobiernos regionales (como el de Cataluña) y los concejos municipales (como el de Barcelona) a tener autonomía fiscal e incluso a usar dinero fiscal propio; también podría permitirles la implementación de políticas propias para los refugiados y las migraciones.
Si todavía hubiera regiones que quieran separarse de los estados a los que pertenecen, la UE podría aplicar un código de conducta que, por ejemplo, estipule la celebración de un referendo independentista si el gobierno regional que lo solicita ya ganó por mayoría absoluta de los votos una elección a la que se presentó con esa plataforma. Además, el referendo debería celebrarse al menos un año después de la elección, para dar tiempo a un debate adecuado y sobrio.
El nuevo estado debería estar obligado a mantener al menos el mismo nivel de transferencias fiscales. Por ejemplo, que el rico Véneto se separe de Italia si quiere, mientras no reduzca las transferencias al Mezzogiorno. Además, los estados nuevos estarán impedidos de crear fronteras nuevas y obligados a garantizar a sus residentes el derecho a la triple ciudadanía (la del estado nuevo, la del viejo y la europea).
La crisis de Cataluña es una clara señal histórica de que Europa necesita crear un nuevo tipo de soberanía que fortalezca las ciudades y regiones, disuelva los particularismos nacionales y sostenga las normas democráticas. Los beneficiarios inmediatos serán los catalanes, el pueblo de Irlanda del Norte y tal vez los escoceses (que tendrían así una oportunidad de escapar a las garras del Brexit). Pero a futuro, la beneficiaria de este nuevo tipo de soberanía será Europa toda. Imaginar una democracia paneuropea es el prerrequisito para imaginar una Europa digna de ser salvada.
Project Syndicate