@GFMABest
Las perspectivas económicas de Argentina son grises. La inflación podría alcanzar un pico de 40% anual a finales de 2014 y la producción languidece. Según cifras oficiales, el PIB argentino creció apenas 0,9% durante el segundo trimestre de este año, pero muchos consideran aquella cifra demasiado optimista o incluso fabricada. (The Economist cita a analistas que hablan de una contracción de -0,4% durante ese período, un comportamiento consistente con las tendencias bajistas de trimestres anteriores).
Precios al alza y desempleo creciente son mensajes negativos para la población argentina que se ha volcado a comprar dólares o euros para protegerse de la devaluación del peso y defender el patrimonio de sus hijos.
Para atenuar la presión sobre el tipo de cambio y el descenso de las reservas internacionales que provoca aquella demanda incesante de dólares, el Gobierno argentino ha restringido las importaciones y la venta de divisas.
Con esta medida ha pretendido defender la balanza de pagos pero ha terminado estancando más la producción, porque las empresas no cuentan con insumos suficientes para producir. (Varias de ellas no sólo han disminuido su producción, sino que han dejado de vender porque anticipan un aumento del precio de sus inventarios).
Para incentivar al aparato productivo, el ministro Kicilof ha insistido en relajar el gasto público y promover un descenso de las tasas de interés. Como era de esperarse, ese mayor gasto no hizo sino aumentar la demanda de dólares y, por tanto, su precio en el mercado negro. De otra parte, el recorte en las tasas de interés no hizo sino aumentar el incentivo para que los capitales salgan de Argentina (Depreciación + recorte de tasas de interés = fuga de capitales).
Como se siguen demandando dólares y, muchos de ellos, salen del país –en forma de Bitcoins, por ejemplo– las reservas internacionales han continuado bajando. Con esto la restricción de importaciones inicialmente ordenada resultó una medida espuria, que produjo efectos negativos únicamente.
Es que las autoridades argentinas quieren algo imposible: controlar las tasas de interés y el tipo de cambio, a la vez. Para estabilizar el tipo de cambio deberían permitir que la tasa de interés suba.
Para evitar que el tipo de cambio se dispare y provoque el colapso total del peso, la solución no está en restringir importaciones ni incautar dólares.
La solución está en arreglar las finanzas públicas de su país. El problema central de Argentina es de credibilidad: hasta que los agentes no estén convencidos de que su país tiene un perfil de ingresos que le permitirá cubrir todas sus obligaciones, seguirán huyendo hacia el dólar, porque creerán que la crisis de pagos continuará.