Lo que acaban de hacer con vandalismo, que causara destrozos y daños en las sedes de Alianza País (Quito y Cuenca, al menos) demuestra el nivel de quienes, con excepciones, llegaran al poder y administraran la Nación más de diez años. Con el mal ejemplo de su líder, que obnubilado perdió el norte y la cabeza hace tiempos, exhibieron prepotencia, arrogancia, autoritarismo, abuso de autoridad, actos de corrupción, y pensaron que el disfrute del poder era eterno.
Como todo ser humano sabe, la vida arroja triunfos y fracasos, que se debe asimilar con humildad. En este caso pierden el control del movimiento político y caen en iguales o peores prácticas de lo que tanto criticaron a los partidos. En el diccionario político de ellos predominan tres ideas: la derrota y el diálogo sin imposición no existen, la demagogia y la mentira se imponen hasta el final a rajatabla y no se debe jamás reconocer los errores. Niegan hasta las pruebas de la corrupción exhibidas por la Fiscalía.
Da vergüenza ver lo que se escribieron entre ellos (seguramente se conocen bien) dentro y fuera de las sedes del movimiento (desde Judas hasta ladrones) y esos hechos son expresiones de los procedimientos que aplicaron en el país una década, en donde controlaron todos los poderes y especialmente los organismos de control y la administración de justicia. Basta comparar la defensa y protección a sus funcionarios, la demora contra los procesados por corrupción, comecheques a la cabeza, la criminalización de la protesta y la persecución contra quienes se atrevieron a criticarlos, incluidos veedores ciudadanos, a quienes hoy se les ha concedido indultos.
En lugar de procesar civilizadamente las divergencias políticas e ideológicas, que deben ser normales en una sociedad democrática, con argumentos y debates respetuosos hasta entre ellos, se impuso el mal ejemplo del insultador, que sembrara el odio y profiriera injurias y mal trato, con un auditorio silente, obediente y enceguecido, que no pregunta ni cuestiona porque hasta fiscalizar en la Asamblea se les había prohibido, según testimoniara (y no es el único) un ex asambleísta de AP, hermano de un ex ministro de la revolución ciudadana, que habló de la fiesta del líder y la multiplicación de los montos en los contratos de obras públicas entregados a dedo.
Este mal ejemplo de la política vulgar con actos de vandalismo debe ser rechazado por la gente y reflejado en la próxima consulta popular porque el país no puede mirar en silencio conductas denigrantes de quienes gobernaron hasta hace poco, que siguen exhibiendo prepotencia y violencia y que representan un mal ejemplo para las nuevas generaciones. ¿Esa clase de políticos, que no construyen sino que destruyen, quiere mantener el Ecuador? Basta de un estilo que ha confrontado hasta a las familias.