Estamos en campaña electoral. Tenemos ya, lector, ocho ‘presidenciables’. Haciendo un esfuerzo condescendiente, acopiando las virtudes y expurgando los defectos de cada uno, ¿lograremos encontrar un estadista que entusiasme, preparado y con experiencia? ¿No expresan en su mayoría, en conjunto (aunque individualmente acepto y respeto las pocas excepciones), los tradicionales vicios de nuestra política, repetidos con empecinamiento irresponsable: primacía de los intereses particulares sobre los intereses colectivos, irrespeto al orden jurídico y atropello a las leyes, contribución irreflexiva al debilitamiento institucional, carencia de planes y programas claros, improvisación, aventurerismo, demagogia, cinismo, mediocridad…?
El Ecuador vive -lo he dicho muchas veces- una falsa democracia. A lo largo de los últimos diez años, socavando las instituciones, arrasando la Constitución y pisoteando las leyes, engañando y mintiendo, distorsionando los hechos, descalificando adversarios y críticos y estimulando odios y resentimientos sociales, se fue consolidando, con el respaldo de la mayoría, la alcahuetería de los esbirros palaciegos, la ceguera de los indiferentes y el silencio y la cobardía de muchos, un proyecto político a largo plazo, concentrador y excluyente, autoritario y personalista, controlador y represivo, siempre antidemocrático, hasta tal punto que creo que la tarea prioritaria consiste en contrarrestarlo y, en última instancia, derrotarlo.
¿La dispersión de grupos políticos y sociales ayudará a lograr ese objetivo? No me parece. La multiplicación de candidatos, cómplices unos, fracasados o desconocidos otros, sin respaldos sólidos y cargando culpas del pasado, fortalecerá las opciones del oficialismo, que no escatimará recursos (los del estado, por supuesto, que pertenecen a todos) para lograr continuar en el poder. Las leyes electorales y los límites que imponen serán burlados otra vez. La estructura burocrática será utilizada deshonestamente a favor de los candidatos oficiales. El clientelismo burdo y rampante continuará imponiéndose, y algunos ciudadanos, aferrándose a una fracasada esperanza, agradecerán las migajas que les arrojen.
Las causas trascendentes reclaman generosidad y desprendimiento. Ante la exigencia de luchar por el establecimiento de un auténtico estado de derecho y de impedir la confirmación de un proyecto autoritario y represivo, que es tarea inmediata e impostergable, ¿el sentido común no imponía la necesidad de la unión y la formación de amplias alianzas políticas y sociales? Los afanes de figuración y protagonismo han prevalecido una vez más sobre la sensatez. A nuestros políticos, huasipungueros del poder, les basta y sobra una diminuta parcela. En la aldeana visión de su quehacer, chatos y sin perspectivas, sobredimensionados, carentes de grandeza, el país ocupa un lugar secundario. Espero equivocarme.