En varios órdenes de la vida están presentes los aduladores, esos personajes de intelecto menguado que se mueven en un sólo carril plagado de advertencias, consignas y admiraciones, que siempre están caminando con la cabeza baja para no perder las huellas que deja su guía. Este tipo de personajes se amparan en la manada, en la mayoría, en el grupo o en la secta porque desconfían de sus capacidades individuales, porque estando solos se sienten extraviados, porque su subsistencia depende de la prebenda, del cargo, del favor o de las migajas que deja caer generosamente el adulado.
Especialmente en las sociedades y conglomerados serviles, los aduladores juegan un papel fundamental, pues el adulado necesita de aquellos que siempre están listos para festejar y aplaudir sus actuaciones, para lisonjearlo, para defenderlo y deificarlo aunque sus acciones sean ordinarias, bochornosas o inmaduras, o no se enmarquen dentro de límites éticos o legales. En ese tipo de sociedades y colectivos, los aduladores suelen mantenerse en permanente estado de reverencia, de ahí que se pasen por alto las fintas o túneles que hacen los más hábiles a las leyes y reglamentos, sobre todo cuando estos resultan incómodos o afectan de alguna forma al jefe o a sus intereses; pero eso sí, cuando se trata de opositores, críticos o enemigos, se invocan y aplican con todo el rigor necesario, e incluso más si esto es posible.
Uno de los ejemplos más vergonzosos de adulación masiva que se haya visto en los últimos tiempos fue el del frustrado congreso ordinario de fútbol profesional que, ante el estupor generalizado y las caras de coitus interruptus de muchos directivos, se suspendió por orden judicial derivada de una acción de protección constitucional interpuesta por un pequeño club manabita, club que jamás se habría imaginado la visibilidad que iba a adquirir apenas iniciado el año 2015, y no precisamente por sus gestas deportivas.
Pero lo que en rigor debió ser una alerta para directivos de clubes y asociaciones que no habían cumplido con la actualización de sus estatutos según las normas vigentes del país (además de las cuantiosas deudas que mantienen todavía con jugadores y otros acreedores públicos y privados), se convirtió en pocas horas en una asamblea de alabanzas y exaltaciones a favor de uno, y exorcismos con maldiciones en contra de otros.
Eso sí, aquella tarde nadie levantó la voz para pedir que se cancelen los salarios atrasados de los verdaderos actores del espectáculo, jugadores y cuerpos técnicos, como condición legal y moral indispensable para participar en el congreso. Y, por supuesto, nadie estuvo dispuesto a asumir la culpa de sus errores u omisiones reglamentarios, pues casi todos los presentes se quedaron entumecidos por la helada que cayó en el recinto y que les congeló el ambiente de fanfarria y festejos. Y entonces muchos friolentos se entregaron con devoción al adulo y al mimo para ver si así se calentaban, supongo…