‘Heaven-Gemini: trasplante de cabeza: el futuro es ahora’. Tal es el nombre del proyecto del neurocirujano italiano que pretende colocar la cabeza de un ruso de 30 años, con una atrofia terminal, en el cuerpo de un donante. Pues sí, lo que en Frankestein parecía una ficción absurda o monstruosa, dos siglos después se halla a la vuelta de la esquina y solo será cuestión de que vayan haciendo los ajustes y costuras necesarias para que se convierta en otra práctica de la medicina.
La gente de mi generación recordará el alboroto mundial que causó el primer trasplante de corazón llevado a cabo por el sudafricano Christian Barnard en 1967, y toda la discusión que generó. Hoy, en términos de ciencia y tecnología, ya no nos sorprende nada. Pero los avances en el campo de los trasplantes de órganos y rostros, los implantes de chips digitales, y, sobre todo, la manipulación genética, nos colocan ante una nueva versión del ser humano que obliga a redefinir el tema de la identidad, de qué mismo somos y adónde vamos, si es que vamos a algún lado predeterminado, pues los mitos creacionistas de un plan divino se resquebrajan más y la evolución de las especies, que se medía en miles o millones de años, está siendo alterada a los brincos en los laboratorios.
En efecto, con sus balidos de artificio, la oveja Dolly abrió el camino para la clonación de seres humanos, que se halla detenida solo por cuestiones éticas. Por ahora se reproducen órganos a partir de células madre y se empieza a manipular genes humanos para evitar la transmisión de ciertas enfermedades o malformaciones genéticas. The New York Times da cuenta del fracaso de unos experimentos realizados en China, y de los peligros que entrañan esos cambios, pero como la cuestión es demasiado tentadora a la larga terminará imponiéndose.
Y llegará el día en el que deberemos aceptar la creación artificial de la vida. Si a lo largo de la historia hemos admitido tantas armas destinadas a matar a nuestros semejantes, ¿cómo rechazar la delicada tecnología que crea o modifica la vida?
Claro que da miedo y mucha gente se aferra a los valores conservadores del pasado por temor a un futuro impredecible.
Ese es el alimento de los fundamentalismos religiosos cuando los dogmas son puestos en tela de duda. Sin ir más lejos, la posibilidad de un trasplante de cabeza plantea interrogantes como: ¿Nuestra identidad se reduce al cerebro? Y si el cuerpo es de un asesino condenado a muerte, ¿algo de lo que solíamos llamar alma o espíritu persistirá en su asociación con otra cabeza?
Más difícil que los problemas médicos del acoplamiento será adaptar nuestros valores a la nueva situación. Máxime en este Ecuador donde el retorno del curuchupismo es alentado desde el poder y los sermones sustituyen a los condones para el control del embarazo adolescente y los violadores tienen derecho a prolongar sus genes gracias a una ley machista e imperdonable.
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