Si algo nos descubre como una sociedad tercermundista es la falta de respeto e intolerancia que demostramos por los derechos, opiniones, prácticas y costumbres de otros seres humanos. Los ejemplos de estas actitudes egoístas, desinteresadas o agraviantes se manifiestan tanto en acciones cotidianas (que suelen ser calificadas erróneamente como intrascendentes), como en cuestiones de fondo (que traspasan en ocasiones los límites del ámbito penal).
La impuntualidad, por ejemplo, es un defecto del que mucha gente hace alarde en nuestro país y resulta ser uno de los comportamientos que más molestias provoca. Aunque pudiera tratarse de un estereotipo, ser impuntual es una de las características más reconocidas en los ecuatorianos, y en general en los latinoamericanos.
En educación vial y conducción es en donde sacamos las peores notas. Los visitantes no pueden reprimir el asombro que provoca vernos como unas fieras al volante, imbuidos de una agresividad digna de bestias hambrientas, y, sobre todo, pasándonos por alto las más elementales normas de cortesía y respeto por el peatón, por los ciclistas y motociclistas y también por los otros conductores. En esta jungla, ceder el paso, detenerse ante un cruce de peatones, colocarse al final de una fila o conducir por la derecha es toda una rareza.
Lo propio sucede en cuanto a la higiene: lanzar la basura por la ventana de los vehículos, orinar en cualquier esquina, escupir en calles o aceras, es parte de la asquerosa normalidad que nos rodea y con la que solo demostramos irrespeto por los demás.
Y, por supuesto, de estas faltas “menores” pasamos con facilidad a nuestras más graves deficiencias, que no solo provocan molestias, sino que ofenden, humillan o dañan a otras personas. Entre estas acciones se encuentran, por ejemplo, el desprecio por cuestiones raciales, que es uno los problemas más comunes en una sociedad que arrastra desde la colonia aquellos complejos tan aberrantes y estúpidos como los de los neo fascistas o supremacistas modernos de cualquier color o tendencia. También estamos marcados aún por los rezagos de un machismo primitivo, originado además en otro tipo de pretendida supremacía, la de género, que además de la violencia, nos lleva a ver como normal que un tipo manosee a una mujer en un autobús, que otro le diga cualquier sandez a una chica en la calle o que los amigos difundan fotos de una adolescente desnuda, sin su consentimiento. Y qué podemos decir de los moralistas que se escandalizan con la conducta de los que no actúan como ellos, de los que tienen una apariencia distinta, o, peor aún, de los fisgones que se pasan la vida espiando a los demás, juzgando, imputando, señalando…
En lo que se refiere a respeto,empatía y tolerancia nos queda mucho por aprender, mucho por desarrollar y crecer. Las sociedades más avanzadas aprendieron hace tiempo estas tres palabras mágicas y, sobre todo, las pusieron en práctica.