Hay muchas cosas por las que se puede marchar, muchas cosas por las que se debe levantar la voz y reclamar. Nadie debería quitarles ese derecho, así como nadie puede impedir que la gente manifieste sus ideas, que las defienda y que luche por ellas. El límite legal de la libre expresión es la injuria y sus consecuencias son civiles o penales; el límite moral está esencialmente en el respeto hacia los demás.
La marcha realizada la semana anterior por grupos que decían defender a sus hijos y los valores tradicionales de sus familias (no los valores de las demás familias o de toda la sociedad porque no la representan, nadie la representa), en principio era legítima y ninguna persona o colectivo tenía derecho a impedirla.
Sin embargo, como se había anticipado, la marcha fue utilizada para promover la discriminación, incitar al odio y ofender a otras personas o grupos que no comparten sus mismos parámetros morales, ni sus ideas o creencias. La protesta derivó entonces, de forma focalizada, en actos punibles y condenables.
Sobre las consecuencias legales serán las autoridades las que se pronuncien, en especial contra aquellos que aprovechando la multitud descubrieron su odio y sus miedos más enconados e hicieron gala de una agresividad verbal y escrita (además de una ortografía que daba pena), en contra de otras personas. En cuanto a lo moral cada uno en su interior sabrá si sus actos fueron ofensivos o si esas acciones responden a los dictámenes de sus respectivos credos. En lo personal me cuesta imaginar a uno de los grandes profetas acusando a alguien de “depravado” o “enfermo” por su sexualidad, peor aún juzgarlo por su vida íntima o pretender restringir o coartar sus derechos por pensar distinto, por tener una fe diferente o por no tener ninguna.
También se ha hablado en diversos foros, a propósito de esa marcha, sobre el poder de las mayorías en la sociedad. Este tema, además de controversial, resulta peligroso, sino lean o investiguen sobre el temor que existe en Europa acerca de un futuro cercano en que una mayoría de fundamentalistas musulmanes pudiera imponer nuevas normas de convivencia, prácticas sociales o religiosas e incluso condenar a los habitantes por sus creencias u orientación sexual. Por supuesto, esto hoy no es posible ni en Europa ni en América ni en ninguna nación democrática, pues las mayorías por respetables que sean no pueden imponer ni restringir derechos fundamentales a ninguna persona o colectivo de personas.
De modo que es bueno que sigan las marchas, que sigan con fuerza y decisión, en especial cuando se defiendan causas críticas y urgentes como las del abuso y violación de niños y el encubrimiento y complicidad perversos de autoridades y políticos, o como la violencia sistemática contra la mujer. Que sigan las marchas cuando necesitemos alzar la voz, pero que eso no nos lleve a agredir, incitar al odio, ofender o discriminar. Recordemos que la intolerancia siempre es de doble vía.