Era el título de una canción que, hace ya algunos años, nos recordaba uno de los cambios fundamentales de la cultura moderna: la movilidad humana. Algo que, de una u otra manera, nos afecta a todos.
Hay problemas que están siempre ahí, agazapados en la conciencia, pero hay otros que el desarrollo pone delante de nuestros ojos sin que apenas nos demos cuenta de su alcance y significado. En esta oportunidad me refiero al tráfico. Y, quizá, muchos de ustedes piensen enseguida en el carro, el bus o la moto,… los infinitos medios de transporte que copan nuestras carreteras y nuestras calles. Por mi parte, no quiero hablarles de los carros, sino de las personas. El tráfico son personas. Y esto hace que el tráfico se convierta en un fenómeno social, económico, jurídico y ético de primer orden.
¿Se dan cuenta hasta qué punto el tráfico ha influido en el desarrollo de nuestras sociedades a escala mundial? El mismo Ecuador sería impensable al margen del desarrollo de la movilidad… Distancias que antes eran insufribles, hoy, con relativa comodidad, podemos acortarlas generando una mayor comunicación y distribución de riqueza. Así, al tiempo que las distancias se desvanecen tendemos a olvidarnos de las dificultades y de las fronteras.
Pero, como en todo, también en este asunto la cosa tiene su cara y su cruz. Esta eclosión de la movilidad ha convertido el transporte en una de las fuentes principales de la contaminación, la siniestralidad y la emisión de gases de efecto invernadero. Cada uno de estos impactos tiene altísimos costos no sólo económicos sino también humanos. De aquí la necesidad de políticas y de planes a favor de una movilidad humana y sostenible.
De tejas abajo, hay que decir que conducir es convivir. Y, si algo es necesario, es saber qué van a hacer los otros y cómo lo van a hacer (los otros y uno mismo). Semejante confianza pasa por el cumplimiento estricto de las normas de circulación. Lo contrario es la ley de la selva donde el más fuerte se come al chico.
Lamentablemente hoy somos muchos, muchísimos, los que manejamos a la defensiva, tratando de adivinar por dónde asoma el peligro. No hace mucho tiempo, un turista que no daba crédito a lo que veía, preguntaba con cierta sorna: “Poner los indicadores, ¿está prohibido por la ley?”. No se olviden de que un conductor, aunque vaya solo en su carro, nunca va solo, siempre está rodeado de otras personas, conductores y peatones, con los que se cruza y encuentra.
También en este tema (nos jugamos la vida todos los días) necesitamos un rearme moral. Dicen los expertos que la mayoría de los accidentes de tráfico se deben a factores humanos…
Tendríamos que revisar nuestras actitudes más profundas. No son pocos los que tienen esa idea malsana de que todo vale, entre otras cosas manejar y beber alcohol si me apetece. No. No todo vale cuando vivimos (y morimos) en la carretera.