Entre el jueves y el viernes de la semana pasada tuvo lugar, en el Teatro Prometeo de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, un Encuentro de Intelectuales convocado para discutir varios aspectos de las complejas relaciones que existen entre el Estado y la cultura. Una apreciable concurrencia, que casi llena el local, se congregó para escuchar a un grupo de escritores y académicos, pero también para participar con sus propias opiniones.
Sin mostrar fatiga ni aburrimiento, el público asistente, entre el cual fueron numerosas las personas que llegaron desde lejos (incluso de provincias amazónicas) se mantuvo largo tiempo en los foros que siguieron a cada mesa redonda, demostrando que la Casa de la Cultura no estuvo descaminada al organizar dicho evento: estudiantes, gestores culturales y jóvenes artistas dejaron muy claro que si algo necesitan es ante todo hablar con libertad, expresar su pensamiento, debatir sus ideas, sin esperar que desde las alturas del saber les llegue la verdad ya establecida.
Entre los temas que fueron abordados estuvo, en primer lugar, la discusión sobre los conceptos de política y cultura en el pensamiento de Bolívar Echeverría. Se trataba de dar a conocer un pensamiento que ha causado ya un gran efecto en los medios académicos de toda América Latina e incluso ha sido recibido con notable interés por las universidades europeas, lo cual honra al pensamiento ecuatoriano.
Echeverría establece, entre muchas otras cosas, una importante diferencia entre lo político y la política. Lo político, siguiendo a Aristóteles, es aquello que diferencia al ser humano del animal, y consiste en la capacidad de dar forma a la vida social. Sus manifestaciones casi nunca se revisten de ropajes políticos: aparecen bajo formas diversas en la vida cotidiana, y especialmente en la fiesta y la creación artística. La política es, en cambio, la concreta actividad que se encamina a la conquista del poder o a su conservación. En otros términos, lo político anida en la vida social; la política es propia de la vida del Estado. Al plantearse este tema, Camilo Restrepo observó con mucha sagacidad que en ciertas circunstancias, el Estado tiende a secuestrar lo político, y absorbe de hecho la vida social. Tal ocurre cuando el Estado suplanta a la sociedad, y aun más cuando un partido suplanta la vida del Estado.
Un buen ejemplo de ese tipo de absorción se encuentra en el Ecuador de nuestros días, cuando una corte de justicia y el organismo propio de una de las funciones del Estado se enredan en un intríngulis jurídico para negar la posibilidad de que el pueblo se exprese en las urnas, recurriendo incluso a estratagemas muy burdas, que constituyen un insulto a la inteligencia de todos los ecuatorianos.
No soy partidario ni simpatizante de ninguna organización política, pero me parece que otra vez, como en los tiempos de la llamada ‘partidocracia’, estamos presenciando la transformación de los tribunales en escenario de la política, cuyo efecto es la negación de lo político.
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