El destino de Colombia en materia electoral ha dado un giro de 180 grados en las últimas dos semanas y ahora la situación es tan compleja que todo parece complicarse con cada día que pasa. Por cierto, solo hay una certeza: los próximos cuatros años el uribismo y la figura de Álvaro Uribe Vélez seguirá siendo crucial en el destino de Colombia, como el gran caudillo detrás, al frente o a los lados del sillón de Santander, pero siempre cercano. Algo así como el fantasma de Hamlet, rondando el palacio de Elsinor, aun después de muerto.
Sin embargo, la alternancia es la primera buena noticia para Colombia. A ninguna democracia que se pueda llamar tal le hace bien un presidente semivitalicio. La alternancia es una condición básica de la democracia porque garantiza que al menos incrementalmente, habrá cambios en la dirección de las políticas y de las ejecutorias, de acuerdo con las necesidades de las mayorías. La permanencia del poder solo crea instituciones informales dedicadas todo el tiempo a garantizar la permanencia del gobernante de turno. La decisión del Tribunal Constitucional salvó -al menos formalmente- al país de un caudillismo a rajatabla.
Después, las cosas no son tan positivas. La segunda vuelta presidencial puede tener todos los tintes posibles, el principal de ellos, que sea una final entre dos líneas uribistas disputándose el delfinazgo. Pero aún así nada está asegurado: si bien Juan Manuel Santos lleva la delantera en las preferencias de voto, su victoria dependerá de con quién pase a la segunda vuelta, si con Noemí Sanín que no aparece por ahora tan uribista ó el mimado de Uribe, Juan Felipe Arias.
Para el Ecuador es complejo, porque si esperábamos un candidato más de centro o de izquierda, es imposible sin una coalición antiuribista que pueda sumar votos suficientes para pasar a la segunda vuelta y tentar realmente la elección. El problema es que el sector antiuribista está más dividido que el uribista, a todas luces. Según una encuesta de IPSOS, los más opcionados -Sergio Fajardo, ex alcalde de Medellín y centrista tiene apenas nueve por ciento de intenciones; Gustavo Petro del Polo le gana por dos puntos, y Rafael Pardo, el candidato liberal- apenas tiene seis por ciento de intenciones de voto. Aún si ganaran la elección presidencial -cosa bien difícil por ahora- se toparían con un escenario legislativo nefasto, porque el domingo pasado el uribismo se consolidó como mayor fuerza dentro del Congreso colombiano. Una vez más, la misma lección que en otros casos del continente: sin una oposición fuerte, unida, coherente y con candidatos consolidados a escala nacional, el oficialismo tiene las de ganar. Y por ahora eso está apoyado por nada menos que el 70% de los colombianos, más otro 48% que considera malo el hecho de que la Corte Constitucional haya prohibido la tercera reelección. ¡Nada bien eh!