El gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC iniciaron diálogos de paz en Oslo y continúan en Cuba. De un análisis superficial se podría concluir que es casi inimaginable, no digamos un acuerdo de paz sino que se sienten juntos a la mesa de negociación. Juan Manuel Santos fue ministro de Defensa de Álvaro Uribe, el presidente más duro con la guerrilla y, probablemente, el que más daño le ha causado. El mismo Santos le asestó golpes letales y liquidó a sus líderes más feroces. Mientras negocian los delegados sigue la guerra y en ella han caído 50 guerrilleros y 15 militares. Si el Presidente dialoga es porque ve posibilidades de una victoria.
La guerrilla continúa matando, secuestrando, reclutando menores para la guerra, sembrando y traficando droga y todo justificado, según dice el último comunicado de Iván Márquez, en el “derecho universal al alzamiento armado que asiste a todos los pueblos del mundo”. Gobierno y guerrilla se endosan la responsabilidad sobre decenas de miles de muertos y cientos de miles de desplazados. La negociación de la paz en Colombia es la cita de los halcones.
Y sin embargo ambos tienen buenas razones para sentarse a negociar. El Gobierno sabe que una solución militar es imposible y el costo de la guerra es absurdo; tiene el apoyo de un 70% de los colombianos; mejora la popularidad del Presidente y los efectos de la paz serían milagrosos para la economía, la política, la seguridad y la imagen de Colombia. La guerrilla también tiene buenas razones. Están debilitadas por los golpes militares y la muerte de sus principales líderes; se benefician de la publicidad internacional; les da estatus político y pueden volver a hablar de los ideales de justicia social para mejorar su imagen enlodada por la violencia y el narcotráfico.
La agenda que han acordado para el diálogo se reduce a cinco puntos: Cese de hostilidades, política minera y agraria, reparación a las víctimas, problema del narcotráfico y situación legal de los guerrilleros. El proceso de negociación requiere paciencia y habilidad, porque tiene enemigos poderosos y numerosos.
“La guerra de guerrillas es una táctica invencible”, dice el jefe negociador de la guerrilla, para darse ánimos, pero ahora se ve claro lo que dijo hace años Joaquín Villalobos, ex guerrillero salvadoreño y experto en negociación: “El gran error de la guerrilla colombiana no ha sido político ni militar, de eso quizá se habrían salvado. El error fue romper con su propia ética, entrar en el narcotráfico y dejar que el dinero los esté llevando a perder la guerra, la ideología, la cabeza y el corazón”.
Cuando los bandos desechen la idea de que cada uno de ellos representa al pueblo y el otro es el enemigo, entonces empezará el diálogo y aceptarán que no se puede ganar con la guerra ni se puede perder con la paz.