Luego de año y medio de desgaste, Alianza País aprobó sus enmiendas constitucionales. Fue una victoria pírrica pues dado el desgaste político que sufrió, por haber negado la consulta popular que la mayoría de ecuatorianos pedía, el propio Presidente se vio obligado a incorporar una transitoria retardando la vigencia de la reelección indefinida.
El objetivo principal de las enmiendas, que era la reelección del Primer Mandatario, quedó en suspenso y la casta en el poder festejó aquella noche del 3 de diciembre un triunfo insípido y vacío de contenido político. Sin embargo, no dejaron de dar los más rimbombantes y pletóricos discursos refundacionales, como si en estos nueve años en el poder no hubieran aprendido otra cosa que revolcarse en su retórica revolucionaria. Resultaron refrescantes las palabras de Fernando Bustamante, asambleísta del oficialismo que se abstuvo, y que para justificar su voto retomó el discurso de la ética y los principios, como en los años iniciales de revolución.
Pero el problema para el oficialismo -y para el país- es qué viene después de las enmiendas. Y lo que viene es una realidad que cae implacable. La realidad de una economía que se desploma; la realidad de no tener de dónde pagar los sueldos al sector público; la realidad de un vicepresidente que debe viajar urgente a China para mendigar recursos. Esa realidad de un país que destrozaron en nueve años de bonanza, novelería e irresponsabilidad. Por eso, el señor Correa, que desde hace algún tiempo perdió el control de las cosas, especialmente de sus propias palabras, no tuvo otra reacción (¿fuga psicológica?) que anunciar el envío de un nuevo paquete de enmiendas y de las leyes de Herencia y Plusvalía. Y es que si no lo hace, nada más y nada menos que le tocaría afrontar la realidad de un país que urge un presidente, que ciertamente no es él, que se ponga a gobernar; que afronte con responsabilidad el problema económico, que corrija los gigantescos caliches de despilfarro y corrupción que abundan en el sector público, que tome decisiones fuertes sobre los subsidios, que reduzca el número de ministerios, que modifique radicalmente su política de endeudamiento, energía y comercio, que renuncie a tocar el dinero del IESS y a vaciar las reservas del sector financiero, que convoque a todas las fuerzas y sectores del país a un gran acuerdo nacional para encontrar soluciones viables y consensuadas a la crisis.
Pero eso el señor Correa no lo va a hacer, sencillamente porque a él no le interesa gobernar; le interesa ser un segundo Alfaro y que su nombre quede grabado como el refundador de la patria.
No lo va a hacer, porque a él no le preocupa la gente, sino la historia; porque desde que llegó al poder para él gobernar ha sido un juego de vanidad, propaganda y reparto. Con un petróleo de 100 dólares, el Ecuador se equivocó en las urnas en el 2006, 2009 y 2013 porque jamás eligió a un presidente; elegimos a un héroe, un padre, un gigante, un mártir. Por eso, Sr. Correa envíe nomás sus nuevas enmiendas. Siga distrayéndose y distrayéndonos hasta que todo, como en Venezuela, se desplome.