Quince días antes del 23 F se movió el tablero sin que medie algo insólito. Nadie se explicó el abultado crecimiento del candidato opositor. Ni él mismo seguramente comprendió cómo, de pronto, se vio montado en una ola tan grande. El candidato oficial también se sorprendió; hasta ese momento estaba tranquilo, obnubilado por su círculo y muy confiado de hacer un plácido recorrido hacia su reelección. Hasta que chocó con un rival que nunca se lo previó tan potente.
Entonces el oficialismo entró en pánico. Sin entender la situación empezó a dar palos de ciego encabezados por el Presidente en persona. Sus errores increíbles hundieron a su propio candidato mientras agigantaban al contrincante. Este, con semejante empujón presidencial, condujo con habilidad su barco al triunfo.
A más de las desatinadas estrategias electorales oficiales, ¿qué otros elementos incidieron en el electorado quiteño? Durante el último año, Quito y el país se convirtieron en una olla de presión (anunciada en esta columna) sin válvulas de desfogue: creciente control de libertades, intolerancia a la crítica, cruel represión a los jóvenes (10 de Luluncoto, Central Técnico), asfixia frente a la concentración de poderes, decepción por el Yasuní… miedo.
La olla de presión empezó un primer desfogue desde diciembre (vendrán otros). El rechazo al Decreto 16, la simpatía creciente al altivo movimiento de los médicos contra el Código Penal y la solidaridad con Bonil se cruzaron con la campaña electoral. Ante la arrogante actitud oficial la gente empezó a ver en el voto la forma de bajar los humos del envanecido Gobierno.
Frente a esto, la fortaleza inexpugnable del poder descubrió alocadamente sus debilidades. La gente se percató del hecho y empezó a sacudirse el miedo concentrado. Se desvanecía el mito del poder “invencible”. Se configuró el voto de rechazo al Presidente y al Alcalde, que no es sino un acumulado social de fuerzas positivas y democráticas de un pueblo históricamente luchador que decidió decir basta a un autoritarismo que le ahoga.
El modelo concentrador (de Gobierno y dentro de Alianza País, AP) ha sido seriamente cuestionado. La gente exige democracia, respeto, pluralismo, comprensión a la diversidad y a lo local. ¿Presidente y clase política entenderán al mensaje? El oficialismo no. La autocrítica no existe. Sigue embriagado de poder: “El Estado soy yo”… “la sociedad soy yo”, por lo que se seguirá alejando de la gente.
Entonces se incrementará ese gran reservorio de votantes de centro-izquierda e izquierda que están huérfanos de partido y que el 23 F coyunturalmente dio su voto a otros. Ese reservorio reclama representación propia para el 2017: ineludible desafío político para estos sectores. Se abren oportunidades para la recomposición de la sociedad civil desde lo local.