Un fantasma recorre la geografía uribista: el castrochavismo. ¿Su fin? Asustar a los incautos y ganar seguidores con el infundio. Y no es que la alianza entre los hermanos Castro y el Gobierno de Venezuela no exista. Existe. Y debe de existir más allá del simple intercambio de petróleo por médicos, en niveles que tocan la seguridad del Estado y métodos para combatir a la oposición.
Pero la realidad es otra: Cuba está buscando salidas al fracaso de la ortodoxia comunista, abriendo compuertas a la iniciativa privada y tolerando nichos de oposición sin renunciar a su férreo aparato de seguridad. Venezuela, por una asimetría incomprensible, es un país que ensaya un “socialismo” autoritario teñido de populismo.
Ni Cuba ni Venezuela representan riesgos desestabilizadores en la región, y menos la fusión del castrismo con el chavismo. Sin embargo, la oposición colombiana de derechas al gobierno de Santos (solo el delirio de antiguos amigos pretende mostrarlo como izquierdista) ha construido un muñeco de papel llamado castrochavismo. Una vez fabricado el muñeco, circula un sistema de propaganda basado en el miedo.
El muñeco -que no alcanza a ser espantapájaros- cumple dos funciones: desprestigiar la imagen personal y el gobierno de Santos; y torpedear con cargas de profundidad propagandística el proceso de paz de La Habana, de donde saldrían barcos cargados de guerrilleros para tomarse el Palacio de Invierno de la economía de mercado.
El muñeco y la profecía: los acuerdos de La Habana, con la eventual desmovilización de las FARC y la incorporación de sus cabecillas a la política, serían la última fase de una conspiración fraguada por Santos y aceptada por una izquierda que empezaría el desmonte de la propiedad privada, la imposición del totalitarismo y la ocupación del campo por los antiguos terroristas.
Con estos ingredientes se fabrica el discurso de la derecha uribista, con algunos ripios. Por ejemplo: que hubo fraude en las elecciones, que una práctica tan frecuente como los “auxilios” y transferencias del Gobierno central a los políticos de provincias es algo novedoso y no la práctica que hizo incurrir a Uribe en el delito de cohecho, por las razones que le reprocha a Santos.
La querella de Uribe con Santos no es menos patética que las querellas matrimoniales: la antigua pareja engañada da paso al feroz resentimiento enemigo. Lo que busca la derecha más recalcitrante va más allá de una eventual reelección de Santos. La derecha uribista teme que desaparezca un 50% de sus argumentos, fundado en el modelo antisubversivo de Carlos Castaño y los paramilitares, y de los métodos de la seguridad democrática. Entre otros, los ‘falsos positivos’.
Las fuerzas de derecha democrática, centro e izquierda; los empresarios y países que dan su apoyo a las conversaciones de La Habana; las bancadas parlamentarias serán los actores de un modelo de país y sociedad que buscará paz y justicia sin guerrillas.