Llama la atención lo sucedido en el vecino del sur. El candidato que salió a la luz pública por su discurso contestatario, antisistema y que convenció al electorado peruano, principalmente a aquel que está alejado de la capital en donde se concentra lo político y lo económico, que en un principio llamó a colaborar en su gobierno a sectores vinculados con la izquierda peruana, parecería que poco a poco se va alejando de sus postulados radicales y estaría dispuesto a apostar por la continuidad del modelo que ha permitido al Perú un importante salto económico.
Eso se desprende, al menos, por las últimas acciones del mandatario. Estuvo en la reunión de Davos, en Suiza, para promocionar a su país en un foro que convoca a personalidades del mundo económico internacional. Si bien expresa su interés por poner énfasis en lo social, ha dado señales a los actores económicos que en su gobierno no se deben esperar vuelcos espectaculares de la política económica, sino todo lo contrario, ha repetido en todo escenario que respetará los contratos firmados por el estado peruano principalmente en energía y en el sector minero, lo que ha tranquilizado a inversionistas evitando una onda especulativa.
¿A qué se deberá esta transformación del político de discursos iracundos en un gobernante ponderado? Quizá se puede arriesgar una primera hipótesis a que, a diferencia de otros gobernantes latinoamericanos que ascendieron al poder con el mismo discurso de enervado populismo, el Mandatario peruano no cuenta por sí solo con mayoría legislativa. Ha debido realizar alianzas con grupos de centro que, en el pasado reciente, han estado al frente del gobierno. Eso quizá habrá sido óbice para poner en práctica sus ideas iniciales sobre gestión de gobierno.
La otra hipótesis es que quizá llegó al convencimiento, no sabemos cuándo, que el modelo económico implementado en Perú era el adecuado para sacar a millones de la pobreza. Que, como demostraban todos los estudios serios, la inclusión social se materializa cuando las personas encuentran empleo y se otorga alentando la inversión. Si fue así hizo uso de un discurso que cala en las grandes mayorías en nuestro continente, porque de otra manera vería reducirse sus posibilidades políticas, en la medida que el electorado está dispuesto a ilusionarse con las mentiras de los fanfarrones.
Un discurso político serio no tiene posibilidades de éxitos electorales en nuestros pueblos. El uso de estos ardides para captar el poder no está apegado a los cánones de la ética pero, para bien del país andino y de su población, no hay señales que se demolerá lo construido en tantos años por un experimento que ha mostrado que fracasa donde se aplica. Basta recordar ese crecimiento espectacular en el primer año de gestión de Alan García, para en los años siguientes terminar arruinando la economía peruana. Al parecer la lección fue aprendida.
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