Carlos Abella y de Arístegui *
Columnista invitado
Recientemente se publicó que el grupo terrorista ETA se disolvería mediante una “votación” interna, lo que ha suscitado muchas preguntas de mis amigos ecuatorianos sobre lo que sucede.ETA, creada en 1959, ha asesinado a 829 personas: militares, policías, políticos del PSOE y del PP, periodistas, madres de familia y niños. Ha causado 4 000 heridos, muchos gravísimos. Ha secuestrado, extorsionado y expulsado de ciudades y pueblos del País Vasco a miles de personas. Asesinó a los ecuatorianos Carlos Palate y Diego Estacio en el atentado del aeropuerto de Barajas del 2006. España les concedió su nacionalidad y ayuda económica a sus familias, y un monolito recuerda su muerte.
Todo esto ocurrió en un país democrático donde se celebraban elecciones y toda opción política puede obtener representación. Precisamente por ello ETA ha sido derrotada. Y ha sido no sólo una derrota policial y judicial, con sentencias de tribunales independientes, sino política, social, mediática e internacional. Política porque se ha rechazado a los violentos; social porque ETA ha sido desenmascarada; mediática porque medios plurales han denunciado su totalitarismo; internacional porque muchos países han contribuido a acabar con una banda que figura en sus listas de organizaciones terroristas.
Pero ETA no está compuesta únicamente por los terroristas sino también por su entramado financiero, mediático, social y político. Ahora que se acerca su final, el fin principal de quienes la han apoyado es conseguir su “lustración”, es decir limpiar sus crímenes. Con este fin, ETA y su entorno, “organismos oportunistas”, buscan aprovecharse de las inclinaciones ideológicas o del desconocimiento de terceros para obtener apoyos.
Los sucesivos gobiernos en España han facilitado a ETA varias amnistías para dejar el terrorismo; el etarra Mario Onaindía acabó como senador del PSOE. Tal posibilidad se mantiene si ETA entrega las armas, se disuelve y pide perdón a sus víctimas. Para ello, según el Gobierno, no hacen falta mediadores externos. La disolución de ETA sería una buena noticia. En cambio no lo será que ETA y su entorno lustren sus crímenes y adulteren la narrativa sobre su violenta imposición a una sociedad democrática. La narrativa es fundamental, de ella depende que dentro de 10 o 20 años no vuelva a existir otra ETA. La sociedad española y vasca necesitan la ayuda de países amigos, entre ellos Ecuador, para evitarlo. En cuanto a la “votación” sobre su disolución, ETA no es una organización democrática, sino terrorista que ha asesinado a disidentes internospor discrepar. El fin de ETA sería una buena noticia, pero no obedecerá a una decisión suya, si no a su derrota por una sociedad democrática, plural y valiente que ha sabido enfrentarse al terrorismo.
* Embajador de España