En el complejo mundo urbano actual, la capital sigue la suerte de las grandes ciudades. Población en aumento, falta de servicios en determinadas zonas, incremento del parque vehicular, con un agravante que dificulta aún más el hallazgo de soluciones. La morfología de la ciudad por su característica alargada hace que encontrar alternativas a los problemas de movilización se convierta en un verdadero desafío. A esto se suman dos ingredientes que contribuyen a que el problema continúe creciendo.
La ausencia de vigilantes de tránsito en las vías, principalmente en las horas pico, en las cuales, como por arte de magia, los agentes desaparecen; y, la escasa cultura vial de conductores y peatones que, con sus decisiones aumentan las congestiones y ponen en riesgo sus vidas y las del resto. Es inconcebible que, a estas alturas de los tiempos, los conductores pretendan tomar la vía pública para estacionar los autos impidiendo el flujo del tráfico.
Igual cosa sucede con los proveedores de negocios que estacionan sus camiones en la mitad de la vía pública, a la hora que se les ocurre, para proceder a descargar mercaderías sin importarles el caos que ocasionan. Pero lo peor de todo es que no existe una sola autoridad que les haga mover un milímetro ni que tampoco les entregue la boleta correspondiente por la infracción cometida. Las calles se tornan tierra de nadie.
De otra parte, se expiden normas que pretenden sancionar a los infractores pero no existen las debidas campañas de información o se establecen límites ajenos a los estándares internacionales que conducen a complicar la movilidad. Ni hablar de la señalización o la descoordinación entre semáforos que agravan más los problemas del tráfico, mostrando que las llamadas “soluciones inteligentes” son una afrenta al sentido común.
La búsqueda de correcciones implica a todos. La ciudadanía tiene que cambiar hábitos y los administradores locales y nacionales tienen que brindar alternativas válidas. Es momento de emprender en la construcción de parqueaderos públicos para que, poco a poco, disminuya esa manía de intentar llegar con el automóvil privado hasta la puerta misma de la dependencia en la que se desea hacer un trámite o realizar una compra.
No se puede pedir cambios de actitudes si no se ofrecen las facilidades necesarias. Es imperioso mejorar la infraestructura vial y dotar de alternativas que ayuden a aligerar el flujo vehicular. Los puntos de acceso a la ciudad desde los valles tienen que ser una prioridad dado que allí se producen las mayores congestiones por el inmenso número de vehículos que entran y salen de la urbe. Si en serio se quiere hacer de esta una ciudad más amigable, sin que sus ciudadanos se encuentren malhumorados por el tiempo perdido en las vías, es necesario trazar la debida hoja de ruta para emprender las soluciones imprescindibles. Al momento no es posible descartar opción alguna pero muy pronto llegará la hora de las decisiones de la que dependerá el futuro de una ciudad aún, pese a todo, hermosa.