A pocos días de haber iniciado el presidente Obama su carrera por la reelección con concentraciones en los estados de Ohio y Virginia, una cosa va quedando clara, la campaña de 2012 se torna aburrida, no despierta la pasión e inspiración de la de 2008.
Atrás quedaron los discursos como el que pronunciara en Filadelfia sobre la raza y la discriminación para contener las incendiarias declaraciones de su antiguo pastor Jeremiah Wright y que amenazaban con descarrilar su candidatura; o la conglomeración de 200 000 personas que se reunieron en torno a la Columna de la Victoria en el centro de Berlín a escuchar al entonces Senador, en un hecho sin precedentes.
A diferencia de los recios candidatos por la nominación demócrata de 2008, Barack Obama y Hillary Clinton, el aspirante republicano de 2012 Mitt Romney carece del carisma suficiente para aprovechar su postura centrista en el grueso del electorado, además de continuar enfrentando la pregunta sobre si será capaz de capturar el entusiasmo de los electores más conservadores que propulsaron el éxito del partido Republicano en las elecciones legislativas de noviembre de 2010, especialmente los evangélicos y el movimiento del Tea Party. Antes que por sus virtudes para convertir la actual campaña en una atractiva confrontación dialéctica, Romney ha sido aupado con desgano a la candidatura después de un largo titubeo de las bases del partido por encontrar un candidato viable.
Pero a pesar de la manifiesta debilidad de Romney, y de que su hasta hace poco más ferviente contendor en las primarias, el ex senador Rick Santorum, apenas le dio un tibio y casi oculto respaldo el martes pasado, las últimas encuestas muestran una escasa ventaja de Obama sobre Romney.
¿Cómo es posible que incluso en algunos sondeos haya solo una cerrada ventaja entre Obama y el candidato Romney que no goza de carisma?
Buena parte de la respuesta está en otra de las características de la actual campaña electoral y es la paradoja. A pesar de la titánica labor de Obama por evitar el colapso de la economía y restaurar el crecimiento, por sus éxitos en la guerra contra el terrorismo, en las guerras de Iraq y Afganistán, y de su apego a sus promesas sociales, el significado y símbolo de esperanza que representara para muchos de quienes votaron al hoy presidente era la posibilidad de encontrar un empleo.
Antes que Obama haya desilusionado al incumplir sus promesas o que Romney tenga un programa económico claro, la cerrada diferencia entre los dos candidatos se explica más por el deseo desesperado de una parte del electorado de encontrar a alguien que otorgue certidumbre en la recuperación sustancial del empleo.Y es que la paradoja es aún más acusada cuando el crédito a su gestión económica es escaso.
*Consultor internacional en Washington D.C.