Escuchar desde Hanoi al canciller Patiño, invocando tratados internacionales y artículos constitucionales que garantizan los DD.HH. de todos los ciudadanos del mundo fue una situación estremecedora. Fue un inigualable motivo de orgullo nacional ver al jefe de nuestra diplomacia hablarle al mundo sobre los principios humanitarios que deben regir a todos Estados, argumentar a favor de la libertad de información y el derecho a la privacidad, insistir sobre la indeclinable vocación ecuatoriana de hacerlos cumplir, sin importar el costo que debamos pagar. El orbe se conmovió al admirar la dignidad con la que nuestro Canciller dio cátedra de DD.HH. a la principal potencia mundial.
Les confieso que me dio ganas de ir a vivir en ese país tan lleno de soberanía y libertades del que el señor Patiño es canciller y pedir inmediatamente asilo político a su gobierno. Sentí un impulso irrefrenable de coger mis maletas y trasladarme a la Embajada ecuatoriana de la ciudad en la que vivo. Pensé en el señor Assange y en todos los privilegios de los que goza, incluido informar sobre las posiciones del Gobierno del que es asilado y continuar abiertamente con su activismo. Pero me quedé perplejo al constatar que en mi ciudad no hay Embajada ecuatoriana; que aquí no hay Embajador que represente al Gobierno que defiende los principios que Patiño expuso en Hanoi. Me sentí descorazonado, indefenso, pues no habría quién esté dispuesto a jugarse por defender mis libertades, por garantizar mi acceso a la información pública, por permitirme develar secretos de Estado de mi país o denunciar la corrupción de sus autoridades. Pensé en la falta que nos hace tener una Embajada ecuatoriana en Quito y consulados en todas las ciudades, pueblos, caseríos del país. En todos, sin duda, debería instalarse uno y allí funcionarios atender solicitudes de asilo junto a peticiones de información de todos los ciudadanos del Ecuador. Sería ideal, fantástico. Dichos funcionarios, además, estarían prestos a satisfacer las necesidades materiales de los peticionarios y a su vez realizar todas las adecuaciones del caso, como las que albergan a Assange en Londres.
Pero, quizá, hay otro problema más grave: la mayoría de ecuatorianos no tenemos apellido extranjero, ni somos ciudadanos del Primer Mundo como los Assange o Snowden. Y muchos, para colmo, pensamos muy diferente a lo que profesan Patiño o Correa, y hemos atestiguado como, en realidad, poco a nada les interesa la libertad de expresión e información. Así que para millones de nosotros este embrollo de los asilos no es más que un acto mundial de demagogia en el que prima el ansia de protagonismo de nuestros gobernantes a los intereses reales del Ecuador. ¡Chao asilo y a soportar las consecuencias de pensar diferente!