El neopopulismo requirió de un evangelio, un sermón y un ritual nuevos. Aquellos con los que un sector de la población estuviera en contra y se apoyara a esos gobiernos surgidos para corregir “los excesos, el pillaje y la corrupción del viejo sistema”.
Ahora después de una década lo que vemos es que muchos de esos males continuarán en los gobiernos surgidos como contestación a un modelo que no funcionaba.
La lucha contra “el neoliberalismo codicioso y burgués” se mantuvo en una retórica virulenta con la que entretuvo por un buen tiempo a millones de incautos y deseosos de ser parte de una revolución que hoy lentamente se está quedando sin referentes ni referencias.
El “imperio del Norte”, Estados Unidos, ha decidido colocar su agenda interna como eje central de la política y la mirada hacia el mundo, incluido el subcontinente, es más en relación a intereses puntuales que a la exportación de un modelo de vida.
Este hecho no es menor y nada lo ejemplifica mejor que los sucesos en Iraq, donde Obama decidió enviar 270 marines pero para custodiar su Embajada. La estratégica zona del Golfo donde está este país, que ocupó gran parte de su atención hoy solo vale por la custodia de su Embajada! La retórica revolucionaria por lo tanto debe cambiar. Los enemigos están hoy adentro y tienen forma de corrupción, ineficacia, indolencia, cansancio del discurso.
La gente quiere vivir mejor y no se contenta con pretextos que la impidan. El discurso requiere hoy una nueva construcción y deberá hacer en relación a la gente local y sus expectativas. Está hoy mejor informada y consiguientemente tiene una capacidad de articulación con la que no contaban los poderes políticas. La intermediación es hoy cada vez más cuestionada y deslegitimada por la que acosar a los medios tradicionales hasta forzar a cerrarlos o venderlos no es un buen negocio a la corta y menos a la larga.
La explicación del éxito o del fracaso de la política hoy se desenvuelve en el ámbito de la gestión. De lo que se haga o se deje de hacer. Lo demás es pretexto y la gente comienza a saberlo. Por eso, la crisis en Venezuela o en Argentina, que decidieron construir el discurso sobre la realidad cuando uno de los grandes populistas latinoamericanos Juan Domingo Perón, cuando rumiaba desde su exilio en Madrid, afirmó con claridad que “la única verdad es la realidad”.
Esa que se puede maquillar o postergar más temprano que tarde en estos tiempos tan cortos de éxitos o de fracasos termina por explotar de una manera que el líder político no encuentra en la retórica o en el discurso aliados fieles.
La redacción hoy la hace la realidad más que nunca y ella no se contenta con culpar a otros de lo que se hace bien. La siguiente revolución será sobre la eficacia o ineficacia del Estado en responder a la gente. Así de simple.