El buen ejemplo sirve más que las palabras y los discursos. Así ha empezado su gestión el Papa Francisco. Primero, un encuentro con miles de periodistas y su firme posición de defensa y respaldo a la tarea de los medios de comunicación, que calificó como un papel indispensable para el mundo. Luego, en su inauguración, con un mensaje positivo y sencillo de paz, amor y ternura. Mensaje profundo que debe ser procesado por todos no solo para aplaudir y destacar su valor sino para actuar en esta línea de conducta.
Un llamado de atención a todos pero de manera especial, como dijo el Sumo Pontífice, a quienes ocupan puestos de responsabilidad en el ámbito político, económico o social para ser custodios de la creación, del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del medio ambiente, sin dejar que los signos de destrucción y muerte acompañen en este mundo.
Con una mención destacada de que el odio, la soberbia y la envidia ensucian la vida. Proteger y vigilar nuestros sentimientos y corazón porque desde allí salen las buenas y malas intenciones, las que construyen y destruyen, sin tener miedo a la bondad ni a la ternura. El Papa ha vuelto a renacer el optimismo y la esperanza en un mundo de confrontaciones y desilusiones.
La lucha contra las inequidades, el desempleo, la pobreza, la inseguridad no se puede plasmar con la deslegitimación del otro, la estigmatización de quien no coincide con un pensamiento, el uso de armas destructivas, no químicas sino verbales y judiciales, que descalifican e intentan triturar a los que critican y pasan a engrosar la lista de “opositores”.
Un corto mensaje del Papa, en medio de tanta palabra y tantos discursos, que invocara la necesidad de custodiar, requerir la bondad y vivir con ternura, con fortaleza de ánimo y capacidad de atención y compasión, de verdadera apertura al otro, de amor.
Los avances materiales son indudables pero eso no es todo. ¿Se puede comulgar como católicos para seguir haciendo lo mismo, sin ceder un centímetro como si esto fuera cuestión de una guerra a muerte entre enemigos y trabajar en forma implacable para infundir miedo? Las desigualdades, la falta de empleo, la galopante corrupción, la inseguridad ciudadana no se puede enfrentar solo con obras, algunas muy buenas y otras inconclusas, sino también con el reconocimiento de las fallas, el poner fin a la impunidad en lugar de intensas campañas propagandísticas que alienan a una sociedad pero que mantienen latentes los problemas. Unos resueltos, otros a medias y algunos con pocos avances como la reforma agropecuaria. La inseguridad ciudadana que no deja dormir a muchos hogares pese a la inauguración de magníficos edificios, la entrega de sistemas de interconexión, pero inconclusos e incompletos y que no funcionan todos a cabalidad.